Desde la generalización del Espacio Europeo de Educación Superior, las facultades y escuelas universitarias se han convertido en piezas claves del desarrollo y acreditación de las nuevas titulaciones y, de manera más amplia, en conductores y agentes del cambio educativo en la universidad (Fullan, 2002; Gibbs, 2004 y 2009; Roxå, T. & Mårtensson, K. 2011) . Se trata de un cambio complejo que envuelve a la visión y política de la universidad, al liderazgo institucional, a las prácticas de enseñanza-aprendizaje y, finalmente, a la propia cultura universitaria. Pero, ¿cómo avanzar hacia formas de aprendizaje y de gestión del conocimiento más eficaces? La investigación científica aporta algunas respuestas en distintas direcciones: a) dar forma al liderazgo distribuido e incluso a configuraciones híbridas que combinan la horizontalidad y verticalidad, b) detectar comunidades profesionales de práctica, que reflexionan sobre aspectos de su quehacer profesional, y que constituyen redes internas y externas impulsándolas como capital de aprendizaje informal y de nuevas formas de aprendizaje dentro de la institución y, c) considerar a la institución universitaria como un todo cuyo movimiento ha de incidir en el conocimiento, en el aprendizaje y en los intercambios con otros agentes y agencias.

En este sentido, surgen interrogantes que suponen un reto para su abordaje investigativo: ¿Qué estrategias de desarrollo institucional pueden ayudar a los líderes académicos a desarrollar un curriculum orientado al aprendizaje? ¿Cuáles son las variables que inducen a una organización educativa a aprender más allá de sus límites habituales?  A raíz de estos cambios ¿Qué efectos se producen en el aprendizaje social de las instituciones universitarias?