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Investigador principal, grupo de investigación ETICOP

Antonio Casado da Rocha: «El precio de la libertad»

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 28/04/2020

Desde 2017 la Organización Mundial de la Salud tiene claras sus recomendaciones sobre vigilancia de la salud pública. Son resultado de un cuidadoso proceso de revisión y deliberación, y pueden consultarse en un documento fácilmente accesible. En él la OMS argumenta que durante una emergencia sanitaria es imperativo que todas las partes involucradas en la vigilancia compartan datos. En una emergencia como la actual, la vigilancia no sólo es éticamente aceptable, sino obligatoria, y todas las personas tenemos el deber de contribuir a ella cuando se requieran conjuntos de datos fiables, válidos y completos, y se cuente con la debida protección. En estas circunstancias, dice la OMS, el consentimiento individual no es un requisito ético.

La posición es convincente y compatible con nuestro ordenamiento jurídico, tanto estatal como europeo. Pero quisiera recordar que la OMS también dice que los valores e inquietudes de las comunidades deberían tenerse en cuenta al planificar, obtener y usar esos datos. Y no veo tal implicación comunitaria a día de hoy: parece que los protagonistas de la vigilancia fueran sólo los estados y las empresas operadoras de datos masivos (big data), quedando reducida la población a mero repositorio de información epidemiológica. La vigilancia no puede ser unidireccional, porque vigilancia y libertad están íntimamente unidas.

“El precio de la libertad es la vigilancia permanente.” La frase se atribuye a Thomas Jefferson, pero no aparece entre sus escritos, y se hizo muy popular en la prensa de los EEUU en el siglo XIX. La primera mención procede de 1790, cuando el abogado irlandés John Philpott Curran afirmó que la vigilancia permanente es precondición de la libertad. El contexto de la cita es la disputa entre la cámara alta y baja del consistorio de Dublín, un caso en el que Curran defendió a la cámara baja (los representantes de los gremios, y del pueblo en general) contra un reducido número de consejeros, los Aldermen, en litigio por la elección de alcalde. Curran sostuvo que cuando una población no resiste unida y vigilante, corre el riesgo de que sus derechos sean presa de intereses creados por lobbies menos numerosos, pero más activos.

Esa advertencia sigue siendo pertinente hoy, cuando el “capitalismo de vigilancia” retratado por Shoshana Zuboff (en un libro muy recomendable, de inminente publicación en castellano) se ha convertido en una amenaza real a la naturaleza humana tal como la entendemos desde la Ilustración. Pues esta, según Kant, consiste en concebirnos como libres, capaces de percibir leyes morales que afectan a todo el mundo y de respetar la dignidad de cada ser humano. Al extraer datos de la experiencia humana y digitalizarla masivamente podemos salvar vidas, pero también acabar con esa autonomía, moldeando el comportamiento de millones de personas al servicio de fines privados.

Con todo su poder predictivo, Facebook y Google no vieron venir el Covid19 porque su atención está puesta en otra parte. Ahora el virus reclama toda nuestra atención, pero pasado el shock puede que lo excepcional se convierta en rutinario y normalicemos la ausencia de soberanía digital en nombre de la seguridad. En tiempos de Curran, el mismísimo Kant sostuvo que “la vigilancia policial por mantener en sus límites a la comunidad … ha de verse restringida a su vez, con el fin de que no desarraigue la libertad civil general en aras de una presunta seguridad”.

A corto plazo, el confinamiento parece funcionar. A medio y largo plazo, escucho que lo único sostenible es la coordinación ágil entre agencias de investigación y sanitarias, gobiernos locales y redes cívicas compartiendo datos, recursos y pericia. Ahora, para que la vigilancia sea permanente necesitamos democratizarla, en un doble sentido: subordinarla a lo público mediante mecanismos de transparencia y rendición de cuentas, por un lado, y por el otro capacitar a la población para hacerla más comprensible y efectiva. Para ello es necesario no sólo cosechar datos confiables y compartirlos globalmente, sino también cultivar comunidades locales conscientes de que la vigilancia de la salud pública ha de realizarse, pero en conformidad con las pautas de la OMS: con buena gobernanza y protección de datos personales, para que la vigilancia aumente la capacidad de elegir nuestros pasos futuros, no al contrario.