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Julián Estévez

Herramientas digitales para una educación en evolución constante

Profesor de Ingeniería e investigador del Grupo de Inteligencia Computacional

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2021/10/21

Julián Estévez
Julián Estévez. Argazkia: Nagore Iraola. UPV/EHU,

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‘¡Cómo se divertían!’ es un relato corto de Isaac Asimov, publicado en 1951, pero ambientado en 2157. En el futuro imaginado por ese autor de ciencia-ficción, la educación de los niños se realiza en cada casa particular a través de un profesor robótico que adapta las enseñanzas al niño de manera absolutamente personalizada. El relato, concretamente, trata con ironía sobre nuestras percepciones del pasado, y cómo los alumnos del presente echan de menos el caos, la pereza y el aburrimiento al que a menudo atribuimos las clases tradicionales, hoy en día.

Quizás en los meses de confinamiento en pandemia, hayamos estado cerca de ese tipo de metodologías de aprendizaje y, sin lugar a duda, haya aumentado la necesidad de reflexión acerca del uso de la tecnología en nuestras aulas. Este artículo versa sobre uno de los aspectos que atañen a esa constante transformación.

En los últimos años, los científicos están investigando cada vez más sobre la incorporación de técnicas digitales y de inteligencia artificial en la educación. Concretamente, se persigue la optimización del proceso de enseñanza y el aprendizaje de los alumnos en las aulas. Es decir, se habla de emplear algunos sencillos algoritmos de inteligencia artificial -en adelante, IA-, no como un objetivo de aprendizaje, sino como herramienta para la mejora de la educación. Veamos un par de ejemplos para entenderlo bien.

Los sistemas de tutorización inteligentes (intelligent tutoring systems), son sistemas informáticos que ajustan los ejercicios o contenidos de la asignatura al nivel individual de cada estudiante. Imaginemos una clase de cálculo muy sencilla, de operaciones aritméticas: los primeros ejercicios son de sumas. Si algún estudiante falla demasiado en ejercicios de sumas, el software le planteará más ejercicios de esa operación, hasta que considere que ha entendido el proceso. Por el contrario, si otro estudiante no tiene problemas con las sumas, el programa le pasará directamente a las restas.

Normalmente, el criterio de superación del nivel no es decidido por un programa, sino por un profesor. Algunos modelos comerciales de esos tutores inteligentes son ACTIVE Math, MATHia, Why2Atlas, Comet, and Viper, los cuales han sido testados para diferentes asignaturas.

Otra posible incorporación tecnológica podría ser un algoritmo que facilitara seleccionar una universidad u otra, tal y como se realiza ya en Francia y Reino Unido, o que permitiera predecir el suspenso en la asignatura de algún estudiante, antes de que ése ocurra.

La evidencia del impacto positivo en todos los niveles educativos sobre el proceso de aprendizaje y enseñanza es, aún, escasa, pero prometedora. De hecho, gran parte de esa falta de rotundidad científica se debe a la heterogeneidad de las asignaturas, el número de alumnado en clase, el proceso de enseñanza y otras muchas variables. En todo caso, ese empleo de IA en la educación no pretende sustituir al profesor, al estilo del relato de Asimov, sino complementarlo y darle más información para decidir. Precisamente por esa razón, conviene hacer un inciso sobre qué es -y qué no- lo que se persigue con esa adaptación tecnológica.

Incluso antes de que la pandemia nos obligase a improvisar una docencia online, desde hace más de 10 años, las grandes empresas de tecnología en EEUU comenzaron a penetrar en los colegios e institutos de ese país, y a ofrecer sus servicios digitales. Bajo un prisma económico de la educación, hablaban de las ineficiencias de atención en una clase de 30 estudiantes, donde el docente no llega a atender correctamente a todo el alumnado, y hay estudiantes que están por encima del nivel de clase, y otros, por debajo. Valiéndose de esa excusa, las grandes empresas tecnológicas que a todos nos vienen a la cabeza (Google, Facebook, Amazon, etc.) comenzaron a inundar las aulas con ordenadores, a defender el proceso aislado y autodidacta de aprendizaje y, probablemente, a recoger todos los datos posibles de ese alumnado.

Realmente, el empleo de la IA para mejorar la educación poco tiene que ver con la búsqueda de la privatización de ese servicio público, del uso intensivo de la tecnología o de convertir a las aulas en generadores de datos infinitos.

De hecho, la Comisión Europea ha creado un grupo de expertos -al que han invitado también al que les escribe- para evitar esos efectos. Esos expertos asesorarán y fijarán las normas éticas que tendrán que cumplir los sistemas para que ningún software o algoritmo discrimine a ningún estudiante, independientemente de su edad, origen o sexo. Al mismo tiempo, al igual que ocurre con otros sistemas de inteligencia artificial, las decisiones que tome cualquiera de esos programas deberán ser explicables y entendibles. La tecnología no será el fin, sino la herramienta.

Tal y como dice el profesor y filósofo italiano Nuccio Ordine, “solo los buenos profesores pueden cambiar la vida de un estudiante”.