euskaraespañol

Image of the day

Alejandro Cearreta

El Antropoceno: ¿concepto científico o declaración política?

Profesor de Micropaleontología y responsable del Máster en Cuaternario

  • Cathedra

First publication date: 26/02/2016

This article is published in its original language.

Gracias a Svante Arrhenius (Premio Nobel de Química) y su pionero estudio publicado en 1896 sobre el efecto invernadero provocado por el CO2, sabemos hoy que el mayor problema ambiental que condiciona nuestro futuro es seguramente el denominado cambio climático. El conocimiento de que la emisión de grandes cantidades de CO2 puede afectar al balance energético de la superficie terrestre ha agravado la preocupación por el impacto negativo de la actividad humana sobre una gran variedad de servicios de los ecosistemas que soportan la vida en este planeta.

En el año 2000, Paul Crutzen (Premio Nobel de Química) y Eugene Stoermer (limnólogo) declararon que la influencia humana había conducido la Tierra a una nueva fase de su historia geológica: el Antropoceno. Desde entonces, este concepto ha entrado rápidamente en la literatura científica como una clara expresión del grado de cambio ambiental provocado por los humanos en nuestro planeta. Su posible definición y aceptación formal se ha convertido en una cuestión importante dentro de las Ciencias de la Tierra. El Antropoceno es un paradigma muy efectivo para expresar que la humanidad está cambiando el modo en que el planeta funciona.

Algunos datos recientes ilustran el realismo de la hipótesis del Antropoceno. El planeta ya no está caracterizado tanto por biomas (grupos naturales de hábitats, como los bosques salvajes o las sabanas) como por antromas (paisajes culturales como los bosques manejados, las tierras de cultivo y las zonas urbanas). Un 90% de la productividad primaria de las plantas tiene lugar en estos antromas. En este momento hay más árboles en plantaciones agrícolas que en bosques. El 90% de la biomasa total de mamíferos está constituida por los humanos y los animales domesticados, mientras que hace 10.000 años era sólo el 0,1%. La minería y otras excavaciones humanas remueven actualmente 4 veces más sedimento que todos los glaciares y ríos del planeta juntos. Hasta ahora hemos fabricado 1 kilogramo de cemento por cada metro cuadrado de superficie terrestre y marina, y además se fabrican unos 40 kilogramos de plásticos al año por cada uno de los 7.000 millones de humanos que habitan el planeta, lo que es equivalente al total de la biomasa humana actual.

Durante más del 90% de sus casi 200.000 años de historia, el Homo sapiens ha existido sólo como cazador-recolector y sus impactos se registraron sólo levemente a escala global. El desarrollo de la agricultura, hace unos 10.000 años, condujo a un modo de vida más sedentario, al desarrollo de pueblos y ciudades, y a la creación de complejas civilizaciones. Alrededor del año 1800 comenzó la era industrial, y con la llegada de los sistemas energéticos basados en combustibles fósiles cambió la propia estructura de la existencia humana y su capacidad para modificar el planeta: los ecosistemas terrestres fueron transformados desde mayoritariamente salvajes a mayoritariamente antropogénicos, superando el límite de 50% al inicio del siglo XX; las expectativas de vida y el bienestar de una parte de la humanidad crecieron rápidamente. En los dos últimos siglos la población humana ha pasado de 1.000 a 7.000 millones de personas, mientras el uso de la energía se ha multiplicado por 40 veces y la producción económica por 50.

El análisis de la historia ambiental más reciente ha identificado una fase de impulso en el incremento de la población, el crecimiento económico y el cambio ambiental asociado, iniciada a mediados del siglo XX, tras el final de la II Guerra Mundial. Esta fase ha sido denominada por Will Steffen y colaboradores como la "Gran Aceleración" y se caracteriza por la urbanización y la globalización. Más de la mitad de la población mundial vive hoy en zonas urbanas (52,4% en el año 2012) y sus niveles de consumo son muy grandes. Mientras el uso de tierra urbana (áreas construidas o pavimentadas) ocupa menos del 2% de la superficie de la Tierra, para soportar las poblaciones urbanas son necesarios los servicios aportados por ecosistemas que cubren áreas mucho más grandes. La ciudad de Hong Kong, por ejemplo, requiere ecosistemas en una extensión equivalente a 2.200 veces su área construida para poder aportar a sus habitantes los bienes y los servicios esenciales. La globalización integra no sólo la economía sino también la cultura y la tecnología. La creciente disponibilidad de información ha incrementado la difusión global de los patrones de consumo occidentales. Los últimos 60 años han visto la transformación más rápida de la relación entre los seres humanos y el medio natural de toda la historia de la humanidad.

Esta actividad humana está dejando una marca indeleble en el registro geológico. La señal de contaminación más dramáticamente isócrona de la mitad del siglo XX tiene que ver con el inicio de la era nuclear y la difusión global de los radionucleidos artificiales. El enriquecimiento a escala planetaria de isótopos artificiales como resultado de las más de 500 pruebas atómicas en la atmósfera, principalmente desde 1945 hasta 1980, puede crear un horizonte marcador global para el Antropoceno.

Asimismo, los artefactos producidos por nuestra especie a lo largo de su historia pueden ser utilizados para datar los depósitos sedimentarios que los contienen. De este modo, por ejemplo, el Paleolítico, el Mesolítico y el Neolítico representan sucesivos estadios de evolución cultural humana definidos por la presencia de sus particulares tipos de artefactos. El crecimiento explosivo de la población humana desde la Gran Aceleración ha venido acompañado de un incremento en la velocidad de evolución tecnológica y la globalización ha expandido los nuevos artefactos por todo el planeta. Los objetos preservables a corto plazo (décadas o siglos) pueden ayudar a la Geología actual a caracterizar los depósitos antropocenos, mientras que los tecnofósiles que se preserven a escala geológica (millón de años) contribuirán a señalar el Antropoceno en el futuro.

El Antropoceno es, por ahora, geológicamente muy breve. Esto no elimina su valor como una posible edad geológica, porque la Escala del Tiempo Geológico es un instrumento práctico. Esta escala puede ser considerada como la construcción individual más importante de la Geología, ya que establece la estructura temporal de la historia de nuestro planeta. Es cierto que la mayor parte de las épocas geológicas presentan típicamente una duración de algunos millones de años; sin embargo, nosotros estamos actualmente viviendo (al menos formalmente) en la época del Holoceno que comenzó hace 11.700 años y es simplemente la última de las 104 fases climáticas del periodo Cuaternario. Está claro, por tanto, que esta división temporal no es regular, sino que tiene el valor de aportar un sentido práctico a los materiales sedimentarios que nos rodean y sobre los que vivimos.

La formalización o no del Antropoceno es una cuestión que se decidirá conforme a presupuestos geológicos. Pero el término tiene además una resonancia que va más allá de la modificación del esquema de clasificación geológica. Ha atraído el interés público porque encapsula e integra los muchos y diversos tipos de cambio ambiental que han tenido lugar. La fuerza real del concepto se encuentra en su potencial para influir sobre la opinión pública: el Antropoceno puede aportar una legitimidad científica muy poderosa a las personas preocupadas por el cambio climático antropogénico y la degradación ambiental, y actuar en apoyo de los crecientes esfuerzos conservacionistas y de conciencia global. El concepto Antropoceno desafía el punto de vista tradicional de la Geología que siempre ha mirado hacia el pasado. Tiene la capacidad de convertirse en la unidad más politizada de la Escala del Tiempo Geológico y, por tanto, de llevar a la clasificación geológica formal a un terreno desconocido.

 

Fotos: Mikel Mtz. de Trespuentes. UPV/EHU.