Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Aurkibidea
¿Dos fÃsicas? ¿Dos morales?
Un ejemplo: el concepto analógico de «Sociedad cristiana»
La analogÃa y los diversos Bienes Comunes
Planteamiento personalista del Bien Común
La doble afirmación personalista
Sentido estricto y sentido analógico de una frase
Sobreanalogado o infranalogado de la sociedad humana
Las dos leyes fundamentales
En una sociedad de personas deben regir dos leyes fundamentales que Maritain enuncia. La primera es la ley de la superación, y la segunda, la ley de la redistribución.
La ley de la superación afirma que las partes de una sociedad humana, de una sociedad de personas humanas, trascienden al todo. «Las personas —dice Maritain— sobrepujan al orden social y están directamente ordenadas al todo transcendente, por lo cual es esencial al Bien Común el favorecer el progreso de aquellas hacia los bienes absolutos que trascienden la sociedad polÃtica».
La segunda, la ley de la redistribución o de la reversión, afirma que es esencial al Bien Común el revertir a las personas o el redistribuirse entre ellas, cosa que no ocurre, propiamente hablando, en una sociedad animal. «En una sociedad animal —dice Maritain— el individuo no es persona y no tiene el valor de un todo moral, ni es sujeto de derecho. Aunque el bien del todo aprovecha a las partes, como el bien del cuerpo aprovecha a los miembros, no puede, sin embargo, decirse que ese bien revierta sobre ellos y entre ellos se redistribuya. Sólo a fin de que el todo subsista y esté mejor servido, son las partes mantenidas en la vida o en buen estado. De esa manera participan del bien del todo, pero solamente como partes del todo. Pues, ¿cómo serÃa posible que fuera el bien del todo sin aprovechar a la vez a las partes que lo componen, salvo cuando exige el sacrificio de tal o cual parte que, en tal caso, ella misma se expone al peligro, como la mano para salvar al cuerpo, ya que ama más al todo que a sà misma. Semejante bien es Bien Común en sentido general, e impropiamente social, mas no es el Bien Común formalmente social a que nos referimos en el texto. No es común al todo y a las partes por ellas mismas, pues no aprovecha a las partes por ellas mismas al propio tiempo que por el todo, según las exigencias tÃpicas de un todo compuesto de personas, es decir, es más bien el bien propio del todo. Cierto que no les es totalmente extraño a ellas, a las partes; pero sólo las beneficia en razón de él mismo y del todo»[8].
Sobreanalogado e infranalogado de la sociedad humana
Si, traspasando ahora toda la escala ontológica de los seres, nos remontásemos hasta Dios, nos encontrarÃamos allà con otro género de sociedad, el ejemplar increado, el sobreanalogado de toda sociedad, la sociedad de las divinas personas. Maritain compara la sociedad humana con estas dos sociedades que se hallan a una distancia infinita por encima y por debajo de ella.
«Si queremos formarnos una idea justa de la sociedad humana —dice el filósofo francés—, hemos de considerarla como situada en la escala ontológica entre el ejemplar increado, el sobreanalogado del concepto de sociedad, es decir, la sociedad divina y aquello que ni siquiera es un analogado, sino en sentido impropio y metafórico, del concepto de sociedad, es decir, la sociedad animal. Infinitamente elevada sobre la ciudad humana, una sociedad de puras personas que se hallan en las cumbres de la individualidad, aunque sin sombra de individualización por parte de la materia (ni aún por una forma distinta del acto de existir) y que están, cada una con la otra, en una infinita comunión, en las que el Bien Común es estricta y absolutamente bien propio de cada una, ya que no es otra cosa que lo que cada una es y su propio acto de existir. Y muy por debajo de la ciudad humana, y aún muy ajena a cualquier sociedad propiamente dicha, la «sociedad» de individuos materiales que no son personas y que están de tal forma aislados en sà mismos que ni siquiera aspiran a ninguna suerte de comunión, ni poseen Bien Común, sino que están completamente sometidos, todos ellos, al bien propio del todo. La sociedad humana, entre estos dos extremos, es una sociedad de personas que son individuos materiales y que están aisladas en sà mismas, pero exigen el comunicar las unas con las otras, hasta donde es posible hacerlo aquà abajo, antes de la comunión perfecta entre ellas y con Dios en la vida eterna; y cuyo Bien Común en la tierra es, por un lado, superior al bien propio de cada una, aunque revierta sobre cada una de ellas y, por otra parte, mantienen, todas ellas, las aspiraciones hacia su propio bien eterno, hacia el Todo transcendental, superando asà el orden en que se realiza el Bien Común de la ciudad terrenal»[9].
«Precisamente —agrega poco más adelante— al hablar de la sociedad por excelencia, de una sociedad de puras personas, es donde más se echa de ver la irremediable confusión de nuestro lenguaje. Este punto esencial constituye la dificultad propiamente dicha y es clave de las aclaraciones que seguirán a continuación, ya que si la persona exige por sà misma «formar parte» o «ser miembro» de la sociedad, esto no significa que haya de estar en la sociedad como una parte y ser tratada por la sociedad como una parte, sino al contrario —y esto es una necesidad de la persona como tal— el ser tratada por la sociedad como un todo».
Unidad de una sociedad de personas
La misteriosa unidad de una sociedad de personas viene maravillosamente descrita por Su Santidad PÃo XII, en un pasaje de la Mystici Corporis, que Maritain considera como la carta de la doctrina cristiana de la persona y que dice asÃ: «Mientras que en un cuerpo natural el principio de unidad une las partes de tal suerte que cada una viene a quedar privada de lo que se llama la propia subsistencia en el Cuerpo MÃstico, al contrario, la fuerza de su unión mutua junta a los miembros entre sÃ, en forma que deja a cada una gozar de propia personalidad. Por otro lado, si nos fijamos en las relaciones mutuas entre el todo y cada uno de sus miembros en cualquiera de los cuerpos fÃsicos vivientes, cada uno de los miembros está únicamente destinado, en definitiva, al bien de todo el organismo; toda sociedad humana, en cambio, por poco que ese mire al fin último de su utilidad, está ordenada, en definitiva, para provecho de todos y cada uno de sus miembros, en razón de que son personas, «utpote personae sunt».
En la naturaleza humana hay, pues, aspectos en virtud de los cuales el hombre es parte de la sociedad, pero hay también en ella otros aspectos en virtud de los cuales el hombre supera a la misma sociedad y debe ser servido por ésta.
Pero, ¿cómo caracterizar unos y otros aspectos? ¿cómo distinguirlos, al menos en el plano teórico?
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