Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Se clausuraron ayer los actos del 25 aniversario de su fundación. Carlos SantamarÃa: «Fundamos el Liceo a modo de una academia particular»
Deia, 1986-05-26
J. R. Beloki
El Liceo Santo Tomás de San Sebastián celebró ayer, domingo, la clausura de los actos que este Centro ha venido celebrando, con motivo del 25 aniversario de su fundación.
Los actos de ayer consistieron en la celebración, en el propio Centro, de una Misa, seguida de una actuación musical a cargo de la coral infantil del propio Centro escolar, para terminar descubriendo una placa conmemorativa de la efemérides sita en el muro de entrada del propio Centro.
Los actos contaron con una numerosa asistencia. Padres de alumnos, profesores y alumnos, de hoy y de ayer, se dieron cita en los mismos.
DEIA ha querido aprovechar la ocasión de la celebración de las bodas de plata de esta ikastola, destacada indudablemente en el contexto de las ikastolas guipuzcoanas, para, con un de sus fundadores, Carlos SantamarÃa, rememorar las circunstancias en las que, ahora hace 25 años, se planteaba la creación y puesta en marcha, difÃcil y azarosa, de una ikastola como el Liceo Santo Tomás y, en general, de todas las ikastolas, a la par que comentar otros aspectos más actuales de las mismas.
«Veo que Uds. utilizan aquà el dialecto para la enseñanza», espetó, al final de su visita, el temido inspector de primera enseñanza.
— «Pues, sÃ, hacemos algo...», murmuraron, más que contestaron, sus obligados y azorados acompañantes.
— «Ah, me parece muy bien. Yo soy valenciano y en mi casa todo lo hablamos en valenciano».
Y se fué. «La tormenta habÃa pasado», concluye, al final de su relato, Carlos SantamarÃa.
La anécdota data de hace 25 años. Su escenario, el Liceo Santo Tomás de Donostia. Acaba de ser fundado.
«¿Qué hacer para que los alumnos que en Donostia acudÃan a ikastolas como las de Elvira Zipitria, Karmele Esnal y Yone Forcada no se vieran perjudicados por el hecho de tener que acudir posteriormente a colegios en los que la enseñanza se daba Ãntegramente en erdera?, fué la pregunta que nos hicimos, ahora hace 25 años, un grupo de gente, impulsados fundamentalmente por José Miguel Zumalabe», recuerda Carlos SantamarÃa. Y descubrieron que existÃa una fórmula relativamente fácil y asequible para introducir el euskera en la segunda enseñanza: fundar una academia particular, una más, hacia fuera, de las muchas que existÃan y que nadie controlaba.
Asà se fundó Santo Tomás Lizeoa. Lo de llamarle Liceo; nombre más bien pomposo, se debió exclusivamente a que no se le podÃa denominar Academia. Lo de Santo Tomás, «hombre, si le llegamos a llamar Nuestra Sra. de Aránzazu o similar nos hubieran localizado en seguida».
Nació, pues, en la «clandestinidad». Con el espÃritu y con las dificultades que tuvo en Euskadi la clandestinidad.
Curiosamente, Carlos SantamarÃa minimiza que, entre estas últimas, estuvieran, al menos en un primer momento, las trabas y obstáculos administrativos que uno pudiera estar inclinado a pensar. Eso sÃ, «temÃamos más dificultades de las que tuvimos», declara. Carlos SantamarÃa bromea: «La providencia asiste a la gente con buena voluntad», a la par que recuerda la anécdota del inspector valenciano. En otras instancias administrativas hubo, incluso, buena acogida: por ejemplo, en el Instituto donostiarra, al que acudÃan a examinarse los alumnos del Liceo.
Pero hubo dificultades. De otra Ãndole. La falta de alumnos, por ejemplo. «Gracias a que Juanito Goya nos mandó un grupo de 8-10 alumnos hernaniarras, que venÃan en autobús». Carlos SantamarÃa recuerda que muchas personas decÃan que no querÃan que sus hijos fueran conejos de indias.
HacÃa falta fe. Los padres, para enviar sus hijos al Liceo y los profesores para ejercer un auténtico «apostolado», como era el de meterse en aquel galimatÃas de enseñar en euskera, sin interés económico alguno. Carlos SantamarÃa recalca, repetidas veces, la entrega y generosidad de aquellos primeros dÃas. Era la resistencia.
Todo hizo falta para que aquella primera semilla creciera y se desarrollara. Porque si ponerlo en marcha pudo resultar, incluso, más fácil de lo esperado, crecer, tuvo dificultades de toda Ãndole. Por ejemplo, aquel momento peligrosÃsimo, probablemente el más grave, cuando se estableció el Libro escolar. Todo Centro estaba obligado, en adelante, a tener el suyo. Pero el Liceo, como a las otras ikastolas, no les era posible expedir uno propio, por falta de reconocimiento social. Fue en aquel momento cuando se apeló a la protección de las parroquias. Muchos párrocos las acogieron y hubo ikastolas que se convirtieron en escuelas parroquiales. Carlos SantamarÃa se apresura a declarar: «Eso no significó intromisión alguna de los curas en las ikastolas. Decir lo contrario es una falsedad. Como es mentira lo que alguien ha dicho por ahà de que las ikastolas eran una cosa oscurantista. En general, añade, eran más abiertas en criterios que las escuelas ordinarias».
Todo esto es, en la actualidad, tiempo pasado. El desarrollo, «milagroso», en expresión de Carlos SantamarÃa, ha sido fulgurante, pasando de los aproximadamente 60 alumnos a los 2.000 de la actualidad con que cuenta el Liceo. Este desarrollo se debe, ante todo, según él, a la vitalidad de la lengua misma que, en cierto sentido, ha podido, incluso, con «el abandono en el que le han dejado los propios hablantes».
En esa misma vitalidad reside, por lo demás, la garantÃa de su futuro, hoy mucho más claro que hace 25 años, digan lo que digan quienes, quizás por no conocer aquella época, han olvidado que «el euskera ha corrido un peligro cierto de desaparición».
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