Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Carlos Santamaría, consejero de Educación del CGV. He buscado siempre quedarme en el país para ayudarlo

 

Deia, 1978-02-22

 

Martin de Ugalde

 

      Â«Â¿No es prematuro que me hagas una entrevista? Está decidido que me ocupe de Educación, sí, pero todavía no es oficial»...

      Estoy con Carlos Santamaría, en una de esas casas que rodean la catedral de San Sebastián, la iglesia del Buen Pastor. Es su cuarto de trabajo. Algunas veces he solido visitarlo aquí cuando hacía yo Alderdi, órgano del EAJ-PNV, en la clandestinidad, siempre comedido, siempre sereno en sus planteamientos. Como corresponde a un hombre de su disciplina, y también de su temperamento. Es un científico y un educador. Así lo conocen muchos en San Sebastián, en Guipúzcoa; algunos en Bilbao; también algunos que no son pocos en Madrid, y en París.

      Pero hablando de Euzkadi en general, no es un hombre conocido; creo que éste, del arrinconamiento de muchos hombres valiosos, es uno de los precios más caros que tenemos que empezar a pagar para construir la democracia, sobre todo la de nuestro país, donde algunos de los marginamientos han sido más agudos. De ahí que me apresure a decir quién es este hombre que va a asumir la responsabilidad muy difícil de los problemas educativos que viene arrastrando amargamente Euzkadi, y hoy, ahora, se van a plantear en toda su crudeza, como si fuese una novedad.

      Dadas estas circunstancias, voy a presentar hoy la dimensión personal, humana, y profesional, de Carlos Santamaría.

      Y dejaremos los problemas y planteamientos educativos para mañana.

 

El hombre

 

      Nació Carlos en la calle Easo (hoy todavía Víctor Pradera) de San Sebastián, el día de Navidad de 1909.

      Su padre era castellano y estudiante en el Seminario de Burgos cuando se sintió a sus veinte años, en 1874, en la obligación de defender «los derechos de Dios» en la segunda guerra carlista ya en marcha. Esta guerra la perdieron don Carlos, los vascos, y también Pedro Santamaría, el padre de Carlos. Con la derrota, el exilio y un pan, según parece, de verdad amargo; sin embargo, la distancia de Francia en distintos niveles le enseñó a ver las cosas de esa nueva perspectiva que le hizo regresar, como dice su hijo Carlos ahora, «un poco más liberal», y se va a Valmaseda a ejercer de procurador, de escribano.

      La madre de Carlos Santamaría era navarra y euskaldun, de Arano; hija de un liberal que se mudó a Alsasua y luego a San Sebastián durante la guerra, sin duda mudanzas estratégicas a zonas más liberales. Aquí tocó a la madre de Carlos pasar los bombardeos que le contaba de niño. Pero termina la guerra carlista, y va a estudiar a Iruña, donde funcionaba entonces la Escuela Normal, y se gradúa de maestra juntamente con dos hermanas, y Petra Ansa es destinada a Valmaseda.

      Y he aquí cómo un carlista beligerante castellano se encuentra con la hija de un liberal navarro de convicciones, en un pueblo de Vizcaya.

      Aquí, en Valmaseda, se conocen y se casan; aquí les nacen sus primeros hijos, de nueve que tuvieron; por razón de traslados, les tocas vivir un tiempo en Bilbao, y aquí nacen unos más; sólo dos, Manolo, que es ahora farmacéutico en Donostia, y Carlos, el menor de los nueve hermanos, son los que nacen en la ciudad que añoraba su madre desde aquellos años de la guerra.

      Â«Mira —reflexiona Carlos Santamaría en voz alta— cómo descomponen y componen las guerras la sociedad y las familias».

      La habitación de su estudio es pequeña; da a la catedral y al busto del P. Vinuesa, que significa para San Sebastián menos que el de Manterola que guarda la catedral por su otro lado. Frente a la mesa de trabajo, dos sillones, uno en el que tiene la costumbre de sentarse él, y el destinado a la visita. Lo veo desde aquí sentado y mirándome desde detrás de unas gafas de cristal grueso que le permitieron eludir el servicio militar; es de estos hombres delgados, menudos, en los que es difícil advertir la edad (tiene 68 años), sobre todo cuando se le está oyendo hablar con esa viveza que refleja un temperamento vivo, creador, dispuesto a abordar cualquier tema por donde le dé a uno la gana agarrarlo; sobre todo ese don de saber escuchar.

      Me recuerda su figura a la de un hombre grande nuestro país, don José Miguel de Barandiarán.

 

El científico

 

      Hace sus primeros estudios y el Bachillerato con los Maristas en el colegio llamado Católico de Santa María. Una institución en Donostia.

      Continúa luego los estudios que eran de su vocación, los de las Matemáticas, en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Madrid durante cinco años y luego el curso de doctorado. Su tesis la dirigió don Julio Rey Pastor, matemático riojano de renombre internacional, fundador del Laboratorio y Semanario Matemático de Madrid y de la revista de la Sociedad Matemática Española que después pasó a la Argentina, donde dirigió el Instituto Matemático de la Universidad de Buenos Aires, autor de muchos libros didácticos.

      Me detengo en esta figura para agradecerle el servicio que hizo al País Vasco a través de Carlos Santamaría.

      Â«Carlos Santamaría, doctor en Ciencias Exactas, ¿qué hace en San Sebastián?». Se lo pregunta el profesor Rey Pastor. Carlos no sabe exactamente qué, pero piensa que a pesar del abandono cultural, y sobre todo institucional, en que se le tiene al país, es deber suyo darle lo que tiene, y propone a su maestro crear un instituto científico aquí, en Donostia, bajo el patrocinio de Eusko Ikaskuntza, la Sociedad de Estudios Vascos dirigida entonces por el catedrático don José Oñate; y Rey Pastor no sólo lo alienta, sino que escribe una carta a la sociedad proponiendo un centro de estudios científicos que luego, efectivamente se inaugura en un local dentro del antiguo Palacio del Vino, la Alhóndiga, donde está hoy el hotel Orly, y a cuya inauguración asistió en 1932, Usabiaga, el propietario del diario «La Voz de Guipúzcoa» que a la sazón era ministro de Industria.

      Estaba en estos trabajos cuando estalla la guerra.

      Tenía Carlos Santamaría sus ideas, pero era sobre todo un científico, no tenía presencia política destacada, y con esto y su falta de aptitud para el servicio militar y la guerra, además de algunas peripecias de expediente aparte, entró en el Servicio de Meteorología del Observatorio de Igueldo, donde continúa todavía como director. Pero termina la guerra, y con otros muertos, también se va Eusko Ikaskuntza y lo que cobija. Es cuando funda, con el hermano de Joseba Elósegui, Javier, el CES, Centro de Estudios Superiores, reconocido por la Escuela de Ingenieros de Bilbao, como un anexo, y por donde pasan muchos de sus alumnos en sus primeros cursos. Surge la posibilidad de fundar EUTG, Estudios Universitarios y Técnicos de Guipúzcoa, interviene en el proceso desde su gestación con el P. Errandonea, donde ha sido decano de su Facultad de Ciencias durante muchos años, hasta que la creación de una Escuela de Ingeniería dependiente de la Universidad del Opus de Navarra la hace innecesaria.

 

El secretario de «Pax Christi»

 

      Hay un vertiente de su personalidad intelectual, la de su catolicidad crítica y combatiente, la que le ha dado la proyección internacional que tiene.

      Primero, organiza las conocidas «Conversaciones Católicas Internacionales» en 1946, a la que asisten personalidades como Fanfani y el obispo Mathieu. Estas «Conversaciones» con ámbito europeo dependían de un Patronato diocesano fundado por don Mateo Múgica cuando éste estaba a la cabeza de la diócesis vasca de Vitoria en 1935, un año antes de la guerra; pero realizar este proyecto ya en 1946, reciente la derrota del Eje, con las fronteras de España cerradas a cal y canto, era otra cosa. Carlos Santamaría ve aquí la oportunidad de abrir una ventana al mundo democrático. También al régimen franquista le interesaba, naturalmente, poder presentar al mundo la libertad de que se «gozaba» en España. Carlos Santamaría, representando a la Junta de las «Conversaciones», pide que a las mismas puedan ser invitadas las personalidades extranjeras que eligiera «Conversaciones», y que se le pudiera garantizar una completa libertad de expresión al menos dentro del salón de sesiones. En estas condiciones fueron autorizadas por el Gobierno, y ésta la brecha que se consiguió abrir a las corrientes europeas del pensamiento democrático, en contraste con las arcaicas posturas de una gran parte del catolicismo español.

      Una de sus consecuencias: el cardenal de París, monseñor Feltin, propone a Carlos Santamaría ser secretario general de «Pax Christi». Santamaría acepta, pero con la condición de poder seguir residiendo en Donostia: lo que le permitió, cosa difícil en aquellos tiempos, de poder viajar a París una vez al mes, y entablar los contactos que tanto le enseñaron.

      Entre otros internacionales, los que sostenía con el entonces «lendakari» Aguirre, y con Leizaola, Irujo y Landaburu.

      Hasta aquí el aspecto que nos hemos propuesto tratar hoy.

      Pero antes de terminar, diremos que colabora en euskara en la mayoría de las publicaciones vascas, es miembro de Euskaltzaindia, Real Academia de la Lengua Vasca, y en castellano ha escrito, además de numerosos artículos: Jacques Maritain y la polémica del bien común, Madrid; «L'État ideal», San Sebastián; «Espiritualidad y política», Madrid; «La Iglesia hace política»; «Ensayo sobre la intolerancia del catolicismo español» y «In search of Peace» («En busca de la paz»). Ha sido, además, director de «Documentos», publicación en que han colaborado importantes firmas del humanismo cristiano europeo.

 

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