Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Política cristiana

 

El Diario Vasco

 

      Se discute mucho si existe una «política cristiana», es decir, una política que tenga derecho a llevar el nombre de cristiana. Yo no me atrevería a dar una respuesta definitiva a esta difícil cuestión. Todo depende, sin duda, de lo que se entienda por política y de lo que se entienda por cristianismo.

      De la política se han dado innumerables definiciones. La idea que de esta actividad se forman las gentes es también muy diversa.

      Para muchos es una aventura, de mejor o peor estilo, en la que se embarcan los hombres más ambiciosos. Un modo de vivir o de satisfacer el deseo de poder.

      Para otros es una técnica: el arte de gobernar a los pueblos, de mantenerlos en orden, de conducirlos a sus destinos futuros, de hacerlos grandes y poderosos. El político resulta ser un ingeniero especializado en el manejo de multitudes.

      Pocos recuerdan, empero, que la política es, o debe ser, una actividad eminentemente moral, destinada a realizar el bien en uno de sus aspectos esenciales —el bien común, el buen vivir de la multitud— y no un bien meramente material, indiferente en sí mismo a las categorías éticas.

      Precisamente porque la política es un quehacer de naturaleza moral, la injusticia la destruye en su propia substancia, lo que no ocurre en el caso de las técnicas ordinarias.

      Así, por ejemplo, la ciencia atómica, el arte de explotar las nuevas fuentes de energía nuclear, debe ser aplicada a buenos fines y en este sentido decimos que se halla «subordinada» a la moral. Pero aunque no fuese así, aunque se la utilizara con fines perversos, no desaparecía su bondad intrínseca: sus teoremas, sus fórmulas, sus métodos empíricos, no habrían perdido validez física. En una palabra, seguiría siendo una buena técnica atómica.

      En cambio, cuando las artes políticas son aplicadas a malos fines, se convierten automáticamente en malas artes; su mismo valor intrínseco queda destruido por la injusticia.

      Una política injusta, no es sólo una política mala. Es, además, una mala política.

      Al cristiano, como a todo hombre, le asalta constantemente la tentación de la eficacia, ofreciéndole la posibilidad de aplicar medios fuertes y rápidos.

      Pero la moral cristiana no es una moral de la eficacia, aunque esto la haga parecer absurda a los ojos de muchos hombres.

      Sólo al final de los tiempos podrá verse con claridad la eficacia del acto justo y el lugar que éste ha ocupado en el cuadro de la Historia.

      Cierto positivismo de derechas, que en definitiva no tiene nada de cristiano, rechaza, sin embargo, esta espera. Pretende jugar firme y a corto plazo, imponerse por la violencia y dictar la ley de Dios a cañonazos.

      Los verdaderos cristianos se dejarán acusar una y mil veces de ineficaces, pero jamás elegirán un camino que repugne a su conciencia.

 

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