Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Reactivar la democracia
El Diario Vasco, 1989-09-21
Hace unos años publiqué, bajo el tÃtulo «Dirección y bases en el PNV», un artÃculo destinado a criticar la que me parecÃa excesiva concentración de poder en la cumbre de este partido.
«Los dirigentes» —afirmaba yo— «llevan la polÃtica demasiado a su aire, sin tener apenas en cuenta las opiniones de la base. Raras veces llegan a nuestros «batzokis» temas de discusión de verdadero interés polÃtico. Sólo asuntos meramente organizativos sin proyección efectiva alguna sobre la polÃtica de cada momento».
Ha pasado el tiempo y han ocurrido muchas cosas, pero sigo pensando poco más o menos lo mismo que antes al respecto. CrÃticas análogas a las citadas podrÃan formularse hoy con relación a la nueva formación nacionalista, cuyas bases parecen tan desconectadas y fuera de juego como lo estaban las del veterano PNV en la época a que me he referido.
Por desgracia esa especie de dictadura de la cumbre, mientras los simples afiliados quedan al margen del verdadero acontecer polÃtico, es un mal general que ataca, en mayor o menor grado, a todos los partidos democráticos.
Ahà tenemos, sin ir más lejos, las amargas crÃticas formuladas por Ricardo GarcÃa Damborenea sobre la presente situación del PSOE, la cual permite, según él «que una sola persona haga, deshaga, acierte, yerre o rectifique, sin que al resto le corresponda más papel que de comparsa propagandÃstico».
La desconexión entre dirección y bases a la que aludimos puede llegar a veces a tal extremo que, ante un determinado problema, los dirigentes de un partido piensen y hagan exactamente lo contrario de lo que piensa y quiere la mayorÃa de los afiliados y simpatizantes del mismo.
Algo de esto parece que ha ocurrido estos últimos dÃas en el campo nacionalista con el fracasado acuerdo electoral propuesto por Euskadiko Ezkerra, que muchos ciudadanos habÃamos visto sin embargo, con agrado.
Contradicciones de este tipo tienen a veces un mayor alcance al afectar, no sólo a una cuestión concreta, sino a toda la lÃnea polÃtica de un partido. A nadie se le oculta, por ejemplo, que en el actual partido socialista español hay una oposición entre el neoliberalismo económico que tratan de poner en práctica los dirigentes, y la polÃtica social a la que aspirarÃa, sin duda alguna, una buena parte de sus bases.
No es fácil decidir quién tiene razón en esta clase de conflictos.
Por una parte parece evidente que los dirigentes que están al frente de un partido se hallan casi siempre mejor informados y saben mucho más de polÃtica que el resto de los militantes. La polÃtica se ha convertido hoy en dÃa en un quehacer altamente especializado, que exige a sus hombres una gran experiencia y una entrega permanente. El polÃtico es asà un profesional de alto nivel, como pueda serlo cualquier otro en una sociedad moderna.
Quien no esté en los secretos de la máquina polÃtica —dicen algunos— difÃcilmente puede opinar con acierto en esta clase de asuntos. Las masas deben seguir pues dócilmente los dictados de los polÃticos y dejarles las manos libres para que puedan actuar como juzguen oportuno.
Las personas que piensan de esta manera tienen, sin duda, una parte de razón; pero yo me atreverÃa a poner en tela de juicio la plena «democraticidad» de este modo de ver las cosas.
En efecto, en eso que solemos llamar «el pueblo» existe en general un cierto sentido de la realidad, una especie de intuición, que le permite captar cosas que al dirigente, envuelto en las combinaciones y enredos propios de la vida polÃtica, se le escapan con frecuencia.
De aquà la importancia de escuchar a las bases con atención, de un modo constante y no sólo en los perÃodos electorales. Al fin y al cabo, en democracia la razón polÃtica se encuentra en el pueblo y no en la voluntad de los que mandan.
En nuestro tiempo los dirigentes tienen al alcance de la mano medios más que suficientes para conocer en todo momento, de modo rápido y cierto, la opinión de sus bases sobre cualquier asunto que se plantee. Si no los aplican es porque prefieren conservar su libertad de acción.
Es aquà donde yo veo un fallo de la democracia actual, algo que habrÃa que pensar en corregir de alguna manera.
La opinión se va cansando de una polÃtica que le resbala por encima. Si los partidos no cambian de táctica, si no hacen algo para vivificar la participación popular y para evitar el mal de la abusiva concentración del quehacer polÃtico en unas pocas manos, es probable que el distanciamiento siga creciendo y que el desinterés de la gente hacia lo polÃtico aumente, con grave perjuicio para el sistema democrático.
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