Karlos Santamaria eta haren idazlanak
¿Militarización de la no-violencia?
El Diario Vasco, 1986-01-19
Muchas personas confunden la «no-violencia» con la simple supresión de la violencia es decir con la actitud de los que claman: ¡violencia no! Confunden, pues, la «no-violencia» con el «violencia-no».
¡Violencia no! Desterremos la violencia de nuestra sociedad. Acabemos de una vez con ella. Que los violentos depongan sus armas para que podamos vivir en paz.
Bien. Esto está muy bien. Pero esto no es la no-violencia o, por lo menos, no lo es en el sentido que Gandhi dio a esta expresión cuando la utilizó por primera vez —a principios de siglo— en el curso de su lucha en favor de los negros de África del Sur contra los blancos opresores.
Notemos que la no-violencia gandhiana es ante todo un arma —un arma para luchar, un arma para combatir, como lo son todas las armas— y que así la concibió y la utilizó su inventor el Mahatma Gandhi. Un arma incruenta —desde luego— que no hiere ni mata, que no derrama sangre ni destruye los cuerpos, pero que, en determinadas circunstancias, puede llegar a dominar la voluntad y el espíritu del adversario. Es la espada del espíritu, como la denominó el propio Gandhi.
Gandhi empleó luego esta «espada» en su combate contra los ingleses para tratar de lograr la independencia de la India. Fue una lucha durísima por ambas partes y tremendamente desigual. Los ingleses, con sus cipayos, sus masacres y sus acciones represivas que hicieron que, en algún momento, llegara el número de encarcelados a cerca del medio millón; los gandhianos, con sus ayunos colectivos, sus marchas pacíficas y su no-cooperación, que de cuando en cuando inmovilizaba al país.
Gandhi no consiguió la victoria que él deseaba, la verdadera independencia de toda la India, tal como él la había concebido. Pero los ocupantes ingleses tampoco lograron imponerse al pueblo indio a pesar de su enorme superioridad militar.
Quien no vea la no-violencia como un arma no habrá entendido nada de la cosa gandhiana.
Ahora bien, dicho esto, hay algo que debe quedar completamente claro sobre el uso de la no-violencia: el empleo del arma no-violenta no es compatible con el de las armas cruentas. Quienes defienden una causa no deben tratar de combinar ambas clases de medios, haciendo de la no-violencia una especie de complemento de la acción armada propiamente dicha.
En nuestro programa no cabe —dice Gandhi— una especie de restricción mental según la cual, si nuestra no-violencia fracasase, nos reservaríamos la posibilidad de arrancar el poder a los ingleses por medio de la violencia armada. De esta manera destruiríamos el verdadero espíritu de la no-violencia y con ello la eficacia de este género de acción.
La no-violencia debe ser absolutamente sincera y verdadera. Debe excluir todo propósito de causar daño al «adversario». Inspirarse sólo en la justicia de la causa que se defiende. Únicamente de esta manera puede la NV ser eficaz.
Quienes no creen en la eficacia real, de la no-violencia tienen posiblemente razón. Están en su perfecto derecho de desecharla como verdadera arma. Pero lo que no puede hacerse es falsificarla en su propia esencia, haciendo de ella una especie de cuerpo complementario o de servicio auxiliar de los ejércitos.
Algo de esto está ocurriendo en este momento en Francia, país militarista por excelencia —dicho sea con perdón de mis buenos amigos franceses. Se trata, como veremos enseguida, de un hecho nuevo y sorprendente en la historia de la NV.
Varios militantes, muy conocidos de la no-violencia, acaban de publicar un libro titulado: «La dissuasion civile», en el cual propugnan la instrucción sistemática de la población francesa para la puesta en práctica de una resistencia civil no-violenta en el caso de una invasión extranjera, que —en las circunstancias actuales—, no podría ser otra que la de la URSS.
Francia contaría así con dos fuerzas de disuasión. La fuerza de disuasión nuclear —la «force de frappe»— de la que ya dispone actualmente y una «defensa civil no-violenta» que en caso de ocupación haría prácticamente imposible la administración del país por el ocupante. La presencia de estas dos fuerzas debería disuadir por completo a los soviéticos de cualquier veleidad agresiva contra el Estado francés.
Lo que más llama la atención en el asunto que comentamos es la buena acogida prestada a esta iniciativa, presuntamente no-violenta, por el Ministerio de Defensa francés, o, más concretamente, por la FEDN, «Fundación para los Estudios de Defensa Nacional», que depende del mismo.
Es la primera vez —comenta mi amigo Jean Hau en el último número del «Journal de la Paix», publicación de Pax Christi francesa— que los responsables de la Defensa Nacional no sólo se han dignado dar oídos —por fín— a las proposiciones de los no-violentos, a los cuales habían despreciado totalmente hasta ahora, sino que han subvencionado el trabajo de estos tres investigadores, dándole entrada en una colección de gran notoriedad en los medios militares franceses.
Podrá pensarse todo lo bueno que se quiera de la inteligencia práctica de los señores de la Defensa al proceder de esta manera. Pero lo que hay que afirmar con rotundidad es que todo ese plan no tiene absolutamente nada que ver con la no-violencia gandhiana.
Esto parece haberlo visto con perfecta claridad un militar francés, el general Le Borgne, en su comentario de «Le Monde» al mismo libro.
El problema que se plantea —dice el general— es el de la compatibilidad de una resistencia armada y de una resistencia no-violenta. «Para tratar de salir del dilema, los autores de la idea han tomado el partido de la eficacia, renunciando prácticamente a la ética fundamental de la no-violencia».
Hace unos meses corrió el rumor —no sé con qué fundamento— de que algunos obispos españoles se proponían dar entrada a la idea de la disuasión no-violenta en el proyectado documento sobre la paz.
La idea podía ser bastante tentadora en punto a presentar una alternativa pacífica a la guerra.
No seré yo, ciertamente, quien se ponga a criticar un documento todavía non-nato y menos aún con indicios o referencias tan inseguras e imprecisas. Pero, en todo caso, y a la vista de las reacciones que se están produciendo en Francia, la cosa merecería un análisis extremadamente serio y cuidadoso.
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