Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La «post-izquierda»

 

El Diario Vasco, 1983-09-11

 

      En la década de los sesenta surgió una nueva izquierda de la que Herbert Marcuse fue sin duda el principal intérprete y que en nada se parecía a las izquierdas clásicas.

      Marcuse escribía en 1964: «la lucha que ha de aportar la solución no puede tener las formas tradicionales: los medios democráticos de protesta no son ya eficaces. La verdadera oposición se sitúa hoy fuera del proceso democrático. Golpea al sistema desde el exterior del mismo y, por esta razón, el sistema no puede integrarla. Es una fuerza elemental que viola las reglas del juego, probando así que éste es un engaño».

      Como todo el mundo sabe la izquierda marcusiana se estrelló con la fuerza real de los poderes institucionalizados en la ya histórica primavera del sesenta y ocho.

      Ahora bien en este momento asoma con fuerza el horizonte una especie de nueva izquierda que adquiere creciente importancia en algunos países como Alemania, donde el problema del rearme nuclear —entre otros— ensombrece tremendamente el porvenir.

      En los medios político-intelectuales, no tanto en España como de Francia para allá, se habla mucho actualmente de esta nueva izquierda. Yo prefiero llamarla «post-izquierda» precisamente para marcar su ruptura con toda forma de izquierda tradicional.

      Evidentemente no hay ningún partido que pueda representar esta tendencia. No puede haberlo porque el post-izquierdismo significa justamente la oposición frontal a todo lo que la democracia institucional comporta incluido —claro está— los partidos.

      En lo que se refiere al post-izquierdismo de que hablamos no puede hablarse, pues, de partidos, con sus órganos, programas, ideologías, etc. sino, a lo sumo, de «movimientos». Convengamos en que hay una gran distancia de lo uno a lo otro.

      El post-izquierdismo se traduce sobre todo en una amplia gama de movimientos independientes entre sí pero que convergen en un determinado tipo de acciones populares. Ecologistas, antinucleares, desarmamentistas, pacifistas, antimilitaristas, feministas, pro-abortistas, etc., integran hoy de alguna manera la poderosa corriente de la nueva izquierda.

      Uno de los caracteres típicos del post-izquierdismo es que éste no se ambla nunca en la defensa de unos programas de conjunto, ni se responsabiliza de una acción política concreta y continuada.

      Como ha hecho notar recientemente Dick Howard en la revista «Esprit», la principal táctica de la nueva izquierda consiste en lanzar objetivos concretos de protesta, cuidadosamente elegidos a fin de que puedan hacer impacto en el pueblo y movilizar con fuerza al hombre de la calle.

      Notemos que no se trata de problemas artificiales u ocasionales que sirvan exclusivamente para ponerles zancadillas a los partidos que ejercen la función democrática, sino de conflictos reales, latentes en el subconsciente colectivo y de los que los políticos «en órbita» no desean siquiera oír hablar. Lo que los neo-izquierdistas pretenden es remover las contradicciones internas sobre las que las sociedades de hoy se hallan asentadas.

      Un ejemplo muy próximo a nosotros de este género de acciones tácticas lo tenemos en la llamada «guerra de las banderas», la cual encaja de modo casi perfecto con el esquema post-izquierdista, tal como Howard y otros nos lo describen.

      Más aún, en nuestra modesta opinión, el propio «Herri Batasuna» responde al modelo neo-izquierdista que ahora prolifera un poco por todas partes. Se halla por decirlo así en la línea de los tiempos, por muy irracionalista que ésta pueda parecerles a muchos.

      Por mi parte me atrevo a afirmar —si se me permite— que todo propósito de convertir un movimiento de esta naturaleza en un partido de corte clásico sería una contradicción absolutamente inviable.

 

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