Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Los pacifismos
El Diario Vasco, 1983-08-28
Según un «borrador de trabajo» al que ha tenido acceso un periódico madrileño, el Partido Socialista asumirá, a fin de verano, la defensa del pacifismo en España. «Esta es una bandera no exclusiva —dice el borrador— pero sà fundamentalmente esgrimida por nuestro partido, que debe seguir llevando la iniciativa, sin complejos o competencias con otros grupos polÃticos, PCE o grupo marginales». Las acciones pacifistas del PCE están «utilizando fines nobles como el de la paz y el desarme para intereses partidistas».
Ante estas importantes precisiones, uno se pregunta cuál va a ser en este paÃs el verdadero pacifismo, el «pacifismo a la española». Esos grupos marginales a los que se refiere el borrador son, sin duda, los que hasta el presente habÃamos considerado auténticamente pacifistas: objetantes de conciencia, antimilitaristas; no-violentos gandhianos, seguidores de Lanza del Vasto; pax-christianos, etcétera.
No parece que el pacifismo socialista que se nos promete vaya a tener algo que ver con los objetivos, medios e ideologÃas de los citados movimientos pacifistas independientes.
En realidad no puede hablarse de «pacifismo» como si se tratase de una palabra unÃvoca. Hay muchas clases de pacifismos y de actitudes pacifistas, difÃcilmente condensables en una sola definición. Puestos a analizar unos y otras, tendrÃamos que presentar en lugar singular el pacifismo absoluto, es decir, la condenación de las guerras y del empleo de las armas en todas sus formas. PodrÃamos sintetizar esta postura en los siguientes términos: «La guerra es peor que cualquier otro mal que se quiera evitar por medio de ella». Por el contrario los pacifistas relativos, y también los belicistas, estarÃan de acuerdo en afirmar que «hay cosas y causas por las cuales vale la pena de hacer la guerra».
Una actitud semi-gandhiana, que para mà serÃa la más convincente, podrÃa expresarse asÃ: «Hay cosas y causas por las cuales vale la pena de hacer la guerra, pero en casi todos los casos, los medios no-violentos, aplicados con inteligencia y a todos los niveles, son más efectivos que el empleo de las armas».
Ante la tremenda amenaza de guerra nuclear somos muchos los que adoptamos la postura de repulsa total a esta clase de armamentos, que podrÃan acabar, de hecho, con la Civilización y con la misma Humanidad. Es ésta una manera muy clara de entender el pacifismo; pero a la mayor parte de los anti-nucleares no les gusta que se les llame pacifistas.
Ahora bien, exigir el desarme nuclear afirmando al mismo tiempo la necesidad de que se conserven los armamentos convencionales —como hacen algunos antinucleares americanos—, es un enorme contrasentido: suprimidas las armas nucleares la probabilidad de una guerra convencional aumentarÃa y —habida cuenta del enorme poder destructivo de las armas no-nucleares de que hoy disponen los ejércitos— el riesgo serÃa mayor aún que el del actual equilibrio disuasorio. La idea del desarme nuclear conduce pues inevitablemente a la del desarme total.
La aplicación de las doctrinas no-violentas a la amenaza nuclear lleva a algunos anti-nucleares a la postura de desarme unilateral. Si Occidente desarmase unilateralmente —dicen— los estado del Este se verÃan moralmente vencidos y tendrÃan también que desarmar a su vez. Postura de una simplicidad paradisÃaca que tiene, sin embargo, muchos seguidores en el mundo de los pacifistas.
Claro que no debemos olvidar, en esta breve e incompleta relación, a los pacifistas pro-soviéticos que parten del supuesto, no menos simplista que el anterior, aunque quizás no tan paradisÃaco, de que la URSS es la única campeona de la paz en el mundo.
El problema de la paz es en este momento de una complicación tremebunda. No creo que el «Instituto de Estudios por la Paz y la Supervivencia» que al parecer tratan de crear ahora los socialistas ni el futuro referéndum sobre la participación o no-participación de España en la OTAN puedan sacarnos de dudas. Pero bienvenidos sean todos los esfuerzos de buena voluntad.
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