Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Ecologismo y franciscanismo

 

El Diario Vasco, 1983-01-16

 

      Todo parece indicar que en este momento los ecologistas van a jugar un papel importante, y en cierta manera decisivo, en la política de la Alemania Federal, ya que sus votos van a ser probablemente necesarios para la formación de un Gobierno estable en aquel país.

      Experimento una gran curiosidad por saber lo que va a ocurrir cuando las formaciones ecologistas tengan una participación en el Poder, pero nadie está convencido de que este género de operaciones ecológico-políticas llegue a tener éxito.

      En esta misma columna escribíamos en junio de mil novecientos ochenta: «En la práctica los ecologistas funcionan como una tercera fuerza de carácter ambivalente y neutralista, presta siempre a dar las más grandes sorpresas. Las organizaciones ecologistas no entran pues fácilmente en la mecánica política de los países democráticos».

      Por supuesto, estas organizaciones no son partidos políticos en el sentido de la palabra, pero tampoco pueden ser consideradas como simples movimientos humanísticos o filosóficos».

      Creo que en nuestro país la gente está mal informada sobre lo que realmente es y representa el ecologismo en el momento actual de la civilización. A base de tópicos ecologistas han querido algunos fabricar una especie de síntesis de anarquismo, marxismo mal digerido, hedonismo y sexualismo obsesivo que no puede tener, a mi juicio, curso alguno racional.

      Quien crea que exagero al hacer esta afirmación, lea por ejemplo, la obra de André Gorz titulada «Ecología y política: un texto para subvertir la relación de los individuos con el consumo, con la naturaleza, con la política, con su cuerpo...» y verá que llevo al menos parte de razón en lo que digo.

      El verdadero ecologismo es, al contrario, una gran corriente vivificadora de la que el mundo actual está sumamente necesitado. El auténtico movimiento ecologista trata de devolver al hombre su «casa natural», su «Oikos», es decir, el medio en que ha vivido siempre, desde las épocas prehistóricas, y que ahora está en peligro de destrucción más o menos inminente.

      No sólo la familia humana, sino también la mayoría de las especies de animales y plantas que conviven con ella en el gran «eco-sistema» terrestre, corren ese mismo riesgo, que en algunas de ellas se ha convertido ya en trágica realidad.

      Sin duda, los descubrimientos nucleares y genéticos han venido a complicar la situación. Un presunto científico americano ha declarado recientemente que, tras una guerra nuclear, la población terrestre podría quedar reducida a «una república de insectos, hierba y musgo», únicas especies capaces, según él, de sobrevivir a la catástrofe.

      Se equivocan, sin embargo, quienes piensen que el ecologismo debe afectar sólo a las dimensiones físicas o puramente biológicas del ser humano. Por encima de éstas, el hombre de hoy tiene grandes necesidades espirituales, aunque tal vez no se da plena cuenta de ello. Ante unas concepciones religiosas que se han ido complicando más y más, el creyente de nuestro tiempo precisa volver —o más bien ir, o ser llevado— hacia la simplicidad de los místicos, hacia «lo único necesario».

      Desde este otro punto de vista —poco corriente, lo reconozco— yo me permito hacer notar ciertas afinidades entre ecologismo y franciscanismo. Tal vez el mundo de hoy está necesitando precisamente de eso: de un nuevo franciscanismo que asuma en un único abrazo el amor del Creador y el amor de las criaturas.

      Nadie como Francisco de Asís supo hacerlo así. Nadie tanto como él amó a los animales y a las plantas como criaturas de un mismo Padre, que no sólo se cuida de los hombres, sino también de «los pájaros del cielo» y de «los lirios de los campos».

 

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