Karlos Santamaria eta haren idazlanak
El alguacil alguacilado
El Diario Vasco, 1982-12-19
El cientÃfico Isaac Asimov se expresa en estos términos: «Estoy muy preocupado por los tÃtulos de mis ensayos. cuando no tengo un buen tÃtulo, me encuentro con problemas para empezar a trabajar; pero, a veces, me sucede lo contrario: encuentro un tÃtulo muy bueno y luego invento todo un ensayo con la única y deliberada intención de ponerlo al servicio del mismo».
Es una buena observación. Válida, además, para todo aquel que, con mayor o menor competencia, intente cultivar su vocación de ensayista.
Ahora bien, en mi caso —es decir, en el caso de este artÃculo— no ha sido el quevediano tÃtulo que el precede lo que me ha movido a escribirlo, sino una reciente noticia que el lector habrá también «diquelado» en la prensa del dÃa uno del corriente. Nos referimos a ciertas declaraciones formuladas a un periódico francés por Fernando Morán, en unas fechas en que éste no era todavÃa nada más que «inminente ministro de Asuntos Exteriores del nuevo Gobierno español».
En DV la citada noticia llevaba el siguiente tÃtulo: «Morán: vigilaremos a nuestra policÃa». Es precisamente este tÃtulo lo que resulta tentador para el articulista que uno es.
Es cierto que unas declaraciones «off the record», dadas por el señor Morán, cuando aún no era ministro y que —por otra parte— se referÃan a un asunto ajeno a la competencia de su futuro departamento, no podrÃan ser utilizadas en ningún caso como dato polémico.
Pero, a pesar de ello, las mencionadas palabras resultan sugestivas y pueden ser útiles desde otras interpretación, es decir, cuando se trate, no de canalizar, sino de psicoanalizar, la crÃtica situación actual de la democracia española. Desde esta importante perspectiva, convendrÃa, a mi juicio, que el avisado lector se acostumbrase a ejercer una especie de psicoanálisis rudimentario de las declaraciones polÃticas de todo tipo que hoy proliferan en los medios de comunicación.
A menudo ocurre, en efecto, que lo más importante de unas declaraciones esté, no en los términos explÃcitos y significantes de la misma, sino en lo que en ella no se dice, o se dice de una manera balbuciente, o en palabras como perdidas, que se han escapado del inconsciente del declarante. Hay que tener en cuenta que existe además una especie de inconsciente social que casi continuamente entorpece o ahoga la expresión pública de ciertas realidades.
El lector que se habitúe a espigar estas sub-frases de la información podrá obtener a veces resultados interesantes que luego se verán confirmados por los hechos.
En el presente caso la fórmula «policÃa vigilada» es la que, en un principio, me ha hecho sonreÃr —la sonrisa es, la más de las veces, inocente— y luego, en un segundo tiempo —lo que no resulta ya tan inocente— pensar.
Asà la idea de que la «policÃa vigilada» me ha conducido de modo casi inevitable al sueño segundo de Quevedo y a la metáfora del «alguacil alguacilado» con todo lo que ésta tiene de cómico y al mismo tiempo de trágico para expresar la situación real de la democracia española en el actual momento histórico.
No se quiere reconocer claramente que esta situación es la de una democracia vigilada. Sin embargo, en el curso de estos últimos dÃas algunos actos y apalabras de miembros del Ejecutivo actual, prueban inequÃvocamente que el gobierno se siente en tal situación y que desde un principio trata de desarmar o calmar la vigilancia de los «poderes fácticos» mediante gestos pacificantes, aunque para ello tengan que contradecirse algunas personas con mucho de lo que habÃan dicho o hecho hasta ahora. Asà se producen sucesos tan pintorescos y significativos como el de los aplausos a desmano del otro dÃa en el Parlamento.
¿Pero aquÃ, quién vigila a quién? No son solamente los tres poderes fácticos que se han hecho casi clásicos esta temporada los que vigilan. Hay otros «poderes» que también vigilan y, entre ellos, quizás el más importante el poder funcionario, que en estos momentos se apresta a defender con uñas y dientes los derechos básicos del funcionario, como algo tan sumamente respetable que debe incluso pasar por encima de las necesidades y de los derechos de los pueblos y nacionalidades del Estado.
Alguacil alguacilado. Democracia vigilada. Invoquemos la memoria, del inmortal don Francisco de Quevedo y Villegas, que por decir cosas de éstas, mereció largos años de cautiverio.
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