Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

«Presos de conciencia»

 

El Diario Vasco, 1982-11-14

 

      Se celebra estos días la «Semana de los presos de conciencia» que anualmente promueve «Amnistía Internacional». En cada una de estas semanas «Amnistía Internacional» presenta y denuncia ante la opinión pública mundial algunos casos concretos —perfectamente detectados y documentados— de «presos de conciencia», al mismo tiempo que invita a ejercer acciones de protesta y de defensa sobre los gobiernos responsables de los mismos.

      En la terminología de A.I. se llama «preso de conciencia» a toda persona encarcelada por pertenecer a una comunidad étnica determinada o por defender un credo político, religioso, social, patriótico o de cualquier otra especie, sea cual sea el contenido del mismo, a condición de que esta defensa se realice sin recurrir a la violencia.

      Este año, la semana se dedica a los «presos de conciencia rurales». La situación de desamparo en que se encuentran las gentes campesinas —especialmente en Centroamérica— en medio de conflictos y luchas armadas, es algo que en este momento clama al cielo. Ignorantes de sus propios derechos, incapaces de defenderse por sí mismas, estas pobres gentes son víctimas de los mayores atropellos y vejaciones, desposeídos de sus tierras comunales por grandes propietarios, y sometidos a torturas y matanzas políticas.

      Esta situación ha movido a muchas personas, algunas de ellas de carácter religioso, a aproximarse a las zonas rurales en conflicto para hacer conocer sus derechos a los campesinos y defender a éstos de los atropellos de que son objeto. En razón de tales «crímenes», estos hombres de paz han sido a menudo encarcelados y condenados a largas penas. «Amnistía Internacional» sale en defensa de ellos y exige a los gobiernos respectivos su puesta en libertad.

      Como consecuencia de esta campaña, decenas de millares de telegramas serán enviados este año a los jefes de Estado de México, Perú, Corea del Sur y Yugoslavia en favor de cuatro presos de conciencia acusados de relacionarse con medios rurales de dichos países.

      Por otra parte, además de defender a los «presos de conciencia», «Amnistía Internacional» exige juicios justos y pronto, así como tratamientos carcelarios correctos y humanos para toda clase de presos. Se opone a la pena de muerte y actúa asimismo contra la tortura y contra toda suerte de procedimientos policiales brutales, abusivos e indignos.

      Ahora bien, es evidente que este tipo de acción a nivel mundial, a pesar de su efectividad comprobada —ya que en muchos casos las campañas internacionales han producido efectos favorables— no basta para hacer frente a los enormes problemas que plantea hoy la defensa del hombre frente a los poderes opresivos.

      Contra los métodos anti-humanos y las acciones represivas que vulneran los derechos humanos, y en la medida de sus posibilidades, todo ciudadano tiene el deber de actuar directamente dentro de su propio pueblo, allí donde hechos de esa naturaleza se produzcan. Es evidente que una persona de cierta cultura o influencia social no puede tranquilizar su conciencia por el simple medio de enviar unos cuantos telegramas de protesta a jefes de otros estados, más o menos lejanos. La acción de A.I., no sólo no excluye, sino que implica la exigencia de la acción defensiva dentro de cada país por quien pueda llevarla a cabo por medios moralmente legítimos.

      Pero, en nuestro Estado actual —en el que nadie puede negar que se han realizado enormes progresos en materia de libertades humanas— la legislación anti-terrorista no favorece en modo alguno la protección eficaz de los derechos antes aludidos. Ha impedido, según parece, que se esclarezcan a fondo ciertos tenebrosos asuntos de torturas y métodos policiales, que son una gran carga para la conciencia pública española. Cada vez nos está haciendo más falta, en éste y otros terrenos de nuestra vida pública, el establecimiento de una «sociedad de cristal», en la que todo hacer público se haga suficientemente transparente. Un juego absolutamente limpio, es decir, una acción policial absolutamente clara y exenta de toda sospecha, sería quizás el mejor medio de combatir la violencia.

      La llegada al poder de un nuevo equipo que afirma que va a realizar un gran cambio, permite una esperanza al respecto. Pero no será fácil, nada fácil, reconozcámoslo.

 

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