Karlos Santamaria eta haren idazlanak
¿Recristianizar la sociedad?
El Diario Vasco, 1981-12-27
En la época en que se celebraban las «Conversaciones católicas internacionales de San Sebastián» se discutió mucho sobre la existencia de «naciones cristianas». Algunos teólogos como Guerrero y Messineo insistÃan en la legitimidad de esta expresión, afirmando que puede y debe hablarse de pueblos cristianos en casos como los de España, Polonia e Irlanda, en los que, según ellos decÃan, la tradición nacional se ha fundido en cierta manera con la fe religiosa.
Otros teólogos en cambio —en su mayorÃa franceses y belgas— se mostraban muy reservados ante esta idea y sostenÃan que nunca han existido verdaderas naciones cristianas y que en el contexto contemporáneo esta denominación se encuentra ya por completo fuera de lugar.
La citada discusión se relacionaba con otra, no menos interesante, que era la de la dirección que se debÃa imprimir al apostolado católico. En determinados medios religiosos se solÃa decir con frecuencia —y creo que aún se sigue diciendo en algunos casos— que las modernas sociedades occidentales están descristianizadas y que la tarea de los creyentes debe consistir precisamente en recristianizarlas.
En algunas mentes se acariciaba incluso la idea de que pudiera llegarse a la formación de un gran bloque de naciones cristianas, una especie de nueva Cristiandad que diese la batalla definitiva al comunismo como la Cristiandad del siglo XVI se la habÃa dado al Gran Turco.
Ahora bien, al decir que una sociedad está descristianizada se acepta tácitamente la hipótesis de que la misma ha sido realmente cristiana en una época anterior.
Una especie de espejismo histórico nos hace creer, en efecto, que en el tiempo de nuestros abuelos el cristianismo funcionaba perfectamente y que sólo más tarde vino la pérdida de la religiosidad, el desmoronamiento de las costumbres, la confusión de las ideas morales y todas esas cosas que se suelen incluir en el fenómeno de la descristianización.
Pero debemos someter a crÃtica esta idea en la que bien puede estar encerrado un terrible sofisma.
Es cierto que en aquellas sociedades todos los ciudadanos estaban bautizados; las parejas se casaban por la iglesia; ideas como la del divorcio y otras análogas repugnaban a la conciencia social; los templos se llenaban de gentes de todas las edades y clases sociales; la influencia de los obispos y de los curas era grande y los poderes públicos se presentaban como cristianos e incluso, en algunos casos como el del rey de Francia, como cristianÃsimos. Pero es también indudable que esas mismas sociedades estaban corroÃdas interiormente por grandes males morales como la injusticia social, la ignorancia, las supersticiones, los abusos de poder, los privilegios etc. que hacÃan de ellas realidades diametralmente opuestas a lo que hoy pudiéramos considerar como un vivir social de inspiración evangélica.
Creo que debemos convenir en que, ni la Roma de Constantino, ni el Sacro Romano Imperio germánico, ni la Francia de San Luis, ni la España de Carlos quinto, ni la Santa Rusia de los zares, ni el llamado «Estado católico» de la época del general Franco respondieron en realidad a la denominación de cristianas que muchas veces se ha querido aplicar a tales situaciones.
Aquel inolvidable amigo de las conversaciones que fue el profesor de Lovaina, Jacques Leclercq, solÃa decir que el mundo nunca ha sido cristiano y que la civilización de hoy, con todas sus lacras y sombras, es quizás la que más se ha aproximado a las aspiraciones evangélicas. Y yo quiero creerlo asà por paradójica que parezca esa afirmación.
En el mundo de hoy existen, en efecto, grandes aspiraciones de justicia, de libertad, de generosidad y también de verdad, que no podemos ignorar ni rechazar.
Nuestro tiempo es efectivamente bajo muchos aspectos el mejor de los tiempos. Y si por recristianizar la sociedad se ha de entender como condenación del presente y retorno al pasado, yo rechazarÃa plenamente la tesis aludida al principio de este artÃculo sobre descristianizar y recristianización.
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