Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Tendencias y plataformas

 

El Diario Vasco, 1981-09-06

 

      De un tiempo a esta parte se está produciendo en la mayor parte de los partidos políticos españoles un notable fenómeno que —a pesar de no haber sido previsto por la Constitución— tiene en este momento una indiscutible importancia pública.

      Me refiero a la aparición de tendencias, corrientes, fracciones o plataformas en el interior de los partidos. El caso más conocido —y quizás el que mayores consecuencias pueda tener en la política del Estado— es el de la plataforma moderada de UCD, que tanto ha dado que hablar en los últimos meses y que —a juzgar por las trazas— ha de dar todavía mucho más en los próximos. Más que hablar, se entiende.

      No se olvide, por otra parte, que en varios de estos partidos, las rivalidades entre los llamados oficialistas, por un lado y los críticos o renovadores por otro, están a la orden del día. La verdad es que en estas rivalidades u hostilidades, la mayor parte de la gente no ve más que un «quítate tú para que me ponga yo» que, en el fondo, no puede conducir a nada serio.

      De todo esto resulta una especie de mar de fondo político que, o sale pronto a la superficie, o revienta.

      Nos preguntamos aquí si estos hechos y otros análogos deben ser considerados como un signo de vitalidad y de madurez de los partidos o —por el contrario— como una manifestación de deterioro de la clase política.

      La cuestión no es nueva: hace años que la misma viene siendo discutida en el plano teórico por los especialistas de esa rama de la ciencia sociológica que se llama la «Sociología de los partidos políticos».

      La existencia de una especie de «subpartidos» o «partidos dentro de los partidos», es presentada por algunos autores como un medio provechoso para que las formaciones políticas puedan adaptarse mejor a las proteicas exigencias del electorado. Y también —bajo otros aspectos— a fin de evitar el dominio de unos pocos en el gobierno interno de los partidos.

      El sociólogo alemán Robert Michels trató de demostrar hace años —en un libro que se ha hecho clásico— que, tanto por razones psicológicas, como por motivos tácticos y técnicos, los partidos son siempre conducidos por grupos relativamente pequeños de «mandatarios vitalicios», es decir, de dirigentes que apenas cambian al transcurrir los años y que cuentan con una confianza permanente y prácticamente ilimitada de las «bases» del partido. Más aún, Michels afirmó que el mismo hecho se produce en toda clase de grandes organizaciones. «A mayor organización menor democracia»: es lo que alguna vez se ha llamado la «ley de hierro» de Michels.

      Desde el lado socialista se combatió a Michels calificándole de pre-fascista y alegando que sus teorías no pueden valer para los partidos de masas, ya que la constante activación y politización de éstas impide en todo momento la permanencia de dirigentes supuestamente inamovibles.

      Los hechos están ahí, sin embargo y prueban que Michels tuvo una buena parte de razón al afirmar la necesaria oligarquización de los partidos. Tanto al Este como al Oeste, los nombres de las personas influyentes en las altas y secretas esferas de los partidos cambian, en efecto, con gran lentitud. Frente a este hecho oligárquico —se dice— nada mejor que admitir la existencia de corrientes organizadas intra-partido.

      Otros en cambio afirman que la formación de tendencias debilita enormemente a los partidos y que, por tanto, no debe ser permitida. Lenin ya inventó la palabra fraccionalismo para denunciar las divisiones internas del partido proletario. Incluso en algunos de los actuales partidos democráticos, la constitución de fracciones está reglamentariamente prohibida.

      En el momento actual y a la vista de la situación política española, parece difícil inclinarse a favor o en contra de esta tesis. Cada partido sabrá lo que le conviene. Pero de ningún modo debe admitirse que los intereses particulares de cada partido y menos aún los de cada fracción, sean antepuestos al interés general del pueblo o nación al que deben servir.

 

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