Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Luchar por la libertad

 

El Diario Vasco, 1981-04-05

 

      La pastoral de los obispos vascos es, a mi juicio, uno de los documentos más firmes, claros y decisivos que se hayan escrito sobre la situación actual del pueblo vasco.

      Hay en este documento muchos puntos importantes que habrán de ser ampliamente comentados en el futuro. Pero yo sólo pretendo referirme aquí a uno de ellos: el tema de la pasividad y de la paz a todo precio. El rechazo del conformismo y del orden sin libertad.

      Según la doctrina de los obispos la seguridad no debe ser considerada como un fin en sí, sino como «un valor necesario para el desarrollo de la libertad». «La pasividad ante los problemas cívicos no es una actitud responsable» —escriben los obispos—. «La seguridad a cualquier precio rebaja al ser humano [...]. Los abusos contra la libertad no se subsanan renunciando a la libertad».

      Es una vibrante defensa de la libertad y una llamada a la lucha por la libertad. Lucha por completo legítima, conducida por procedimientos pacíficos, honorables y humanos, muy distinta, por cierto, de las acciones violentas de E.T.A., que en este momento aplastan la voluntad de los ciudadanos y contribuyen a matar su libertad.

      Por imperativos morales y humanísticos, y también por imperativos políticos, debe rechazarse el empleo de la violencia armada. Pero la renuncia a la violencia no debe significar el abandono de su objetivo justo como lo es la libertad de un pueblo.

      Difícilmente puede uno imaginarse que el pueblo vasco pueda algún día ver plenamente reconocido su derecho a un auténtico autogobierno —un autogobierno que merezca este nombre— si no es mediante una dura y larga batalla política.

      Ahora bien, ¿qué clase de batalla política puede ser ésta y por qué medios debe ser llevada adelante?

      Perdóneseme esta digresión; pero esta pregunta trae inevitablemente a mi memoria el recuerdo de Gandhi y de su no-violencia, la cual no fue, en modo alguno, la postura blanda, pacifista y puramente testimonial que algunos se figuran.

      Gandhi se encontró ante dos exigencias morales aparentemente contradictorias entre sí. Por una parte, su conciencia le exigía revolverse contra la dominación británica, que no sólo oprimía materialmente al pueblo indio, sino que ignoraba por completo la personalidad de éste. pero, por otra parte, su fe interior, su respeto a la doctrina de AHIMSA —no ofensividad; prohibición de hacer daño a nadie— impedían a Gandhi atacar a los ingleses por medios violentos.

      Fue entonces cuando Gandhi inventó su nueva arma: el SATYAGRAHA, la no-violencia. Un arma que —en frase de Romain Rolland— «es capaz de vencer a los tanques y a los cañones: la espada del sacrificio de sí mismo».

      Gandhi concibió su no-violencia como un método de acción política: «La no-violencia —dijo una vez— es para mí un credo, el soplo de mi vida. Sin embargo, yo no la he presentado nunca como un credo, sino como un método político, destinado a resolver problemas políticos».

      La lucha de Gandhi con los ingleses fue terriblemente dura; pero nadie pudo acusarle con justicia de haber realizado, ni siquiera de haber inspirado, la menor acción violenta.

      No estamos, ciertamente, en la India de 1925. Pero no es disparatado esperar que el espíritu de la no-violencia pueda también soplar de alguna manera, sobre nuestro pueblo.

      Que a ello contribuye en gran escala la actual carta de los obispos es cosa que para mí no ofrece la menor duda.

 

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