Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La no-violencia

 

El Diario Vasco, 1980-11-23

 

      En la época, ya lejana, en que fue durante varios años secretario internacional de un movimiento pacifista de ámbito europeo, tuve la posibilidad —e incluso la necesidad— de trabajar en contacto en teóricos y activistas de la «no-violencia» gandhiana. Tipos notables que estaban completamente persuadidos de la idea de que en nuestro mundo occidental super-civilizado es posible encontrar alternativas no mortíferas a las guerras internacionales y a las luchas armadas de carácter revolucionario.

      Confieso que nunca he llegado a estar plenamente convencido de esa posibilidad. Pese a su evidente mérito y generosidad, los pequeños ensayos de «no-violencia» realizados en los países occidentales, como por ejemplo el de Luther King, carecen en absoluto de trascendencia histórica. Y esto hay que reconocerlo.

      Â«E pur si mouve».

      Debe haber, en efecto, algo que permita conseguir que las luchas guerreras de todo tipo vayan siendo poco a poco reemplazadas por acciones de otros géneros, más humanos y racionales que aquéllos.

      Gandhi presentó su «no violencia» como una alternativa a la agitación terrorista en la India. Pero sus métodos han sido a menudo mal comprendidos en Occidente. Por lo que he podido ver estos mismos días con la simple lectura de la prensa, algunos políticos confunden aquí la «no-violencia» con el «no-empleo-de-la-violencia». Es decir, que confunden la «no-violencia» con el «violencia-no», que es cosa muy distinta.

      La violencia es la negación del hombre y el «no» gandhiano a la violencia resulta ser en realidad una especie de «negación de la negación».

      Ese «no» es pues un «no» afirmativo, que conduce a un tipo de lucha por la justicia y por la liberación de los pueblos sumamente enérgico y combativo a condición de no ser ni sangriento ni mortífero.

      Gandhi puso en movimiento a millones de hombres y mujeres con sus campañas de «no-cooperación» y de «desobediencia civil». Pero estuvo siempre vigilante para que estas acciones nunca pudieran degenerar en hechos sangrientos.

      Ahora bien, junto a esta grandeza que todo el mundo reconoce, las ideas políticas y sociales de Gandhi eran enormemente retrógradas. Defendió las castas, el culto de la vaca y otras tradiciones indias enteramente anacrónicas. Como fórmula para resolver los conflictos de lucha de clases propuso que se entablasen relaciones o cruces familiares entre patronos y obreros. En plena guerra escribió a Hitler para convencerle de que se convirtiese en un buen muchacho y aseguró a los norteamericanos que los indios serían capaces de contener un posible ataque japonés utilizando solamente medios no violentos. Todo lo cual resulta ridículo para la mentalidad occidental.

      De este modo Gandhi es un personaje absolutamente indigerible en Occidente, e incluso en la India actual, muchas personas afirman que su forma de llevar las cosas resultó contraproducente para el desarrollo de su nación.

      Gandhi no puede ser pues imitado ni copiado. Aunque algunos de sus métodos pudiesen ser válidos aquí, deberían ser re-inventados casi totalmente.

      Creo que en este asunto se podría aplicar el dicho de Hegel de que en la Historia no existen nunca análogos sino simplemente homólogos. En Occidente la «no-violencia» no podría ser análoga a la de Gandhi pero sí podría ser homóloga. Es decir cumplir los mismos fines en un contexto histórico y cultural completamente distinto.

 

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