Karlos Santamaria eta haren idazlanak
La cuestión judÃa
El Diario Vasco, 1967-10-08
La cuestión judÃa no es una cuestión, sino un haz o un paquete de cuestiones, a cual más complicadas y difÃciles.
El tema tiene, por de pronto, una dimensión religiosa que resulta casi inevitable. Sea cual sea el ángulo bajo el cual se le aborde, el problema judÃo nos lleva casi inexorablemente a un planteamiento teológico.
Ningún hombre que haya bebido en las fuentes del pensamiento judÃo —y todos nosotros hemos bebido en ellas— puede escapar completamente al clamor de los problemas eternos. Aun los propios ateos de origen judÃo se van cargados de preocupaciones mesiánicas. Dios aparece en sus obras como un gran trasfondo angustioso, como un vacÃo que el hombre tiene que colmar o, al menos, calafatear de alguna manera. Hasta el mismo Marx, el más profundo materialista de todos los tiempos, aparece gravado por el espÃritu transcendentalista de su raza.
Sin embargo, no hay que creer que el sionismo sea un movimiento religioso. La esperanza mesiánica y las promesas bÃblicas han podido ser aprovechadas por él para reforzar una propaganda inteligente; pero se trata fundamentalmente de una realización polÃtica de carácter progresivo y moderno muy acusado.
Se ha hecho notar que el actual Estado judÃo es una creación o una emanación de los medios judÃos asimilados a la cultura occidental, incluyendo en ésta, naturalmente, a la civilización.
Si hemos de creer a un señor que se llama Emmanuel Levine, los rabinos se opusieron en su gran mayorÃa al nacimiento del movimiento sionista, considerando que traicionaba los destinos religiosos del pueblo judÃo. Según afirma este mismo comentarista, no se encuentra en toda la literatura bÃblica y rabÃnica la mención de nada análogo al nacionalismo de los tiempos modernos. «Mientras no venga el MesÃas —dice— hay que renunciar a la creación del Estado judÃo. La Historia demuestra que éste puede arreglárselas perfectamente para poder pervivir sin necesidad de ese Estado».
No es ésta, ciertamente, la opinión de los dirigentes sionistas. Estos hombres, venidos de Alemania, de América, de Holanda, de Francia, de la Europa central, de Polonia y de la misma U.R.S.S., piensan que no podrán evitarse las matanzas de judÃos y la continua persecución de que su pueblo ha sido objeto sin la constitución de un Estado israelà que sea el refugio de los judÃos y la fuerza polÃtica que defienda sus intereses ante el mundo. Piensan también, y no sin razón, que el pueblo judÃo no es un menor de edad, y que por haber alcanzado un grado importante de desarrollo intelectual, cultural y económico, tiene derecho a una soberanÃa polÃtica definitivamente establecida y reconocida por las demás naciones.
Israel no es un paÃs subdesarrollado. Israel no figura en el tercer mundo, junto a esas naciones ex-coloniales que permanecen todavÃa en niveles sociológicos más o menos primitivos. Los judÃos han alcanzado un orden de desarrollo muy superior al de la mayorÃa de las naciones modernas, pero por una paradoja de la Historia no han logrado hasta ahora una personalidad polÃtica proporcionada a su desarrollo humano.
Puestos a catalogar el mundo tendrÃamos que situar a Israel en un cuarto dominio. VendrÃan en primer lugar los dos bloques de paÃses civilizados y desarrollados, el mundo capitalista y el mundo socialista. A continuación, por su gran extensión al menos, habrÃa que situar a los paÃses del tercer mundo a los que la fatalidad o la maldad de los hombres han privado durante largo tiempo de suficientes posibilidades de desarrollo. Finalmente aparecerÃa el cuarto mundo, del que el pueblo judÃo es un raro ejemplo y quizás el más tÃpico, constituido por los pueblos que habiendo ya obtenido un nivel intelectual, económico y cultural elevado, no consiguen que se les reconozca una personalidad polÃtica adecuada al mismo. Situaciones de este género dan lugar a una inestabilidad, a un desequilibrio, que puede ser perjudicial para la paz del mundo.
Esto explica la preocupación de muchos estadistas internacionales por dotar al pueblo judÃo de un cuerpo polÃtico proporcionado a su dimensión humana.
La eficacia, la inteligencia, la energÃa y la potencialidad que los israelitas están demostrando en el momento actual, prueban que el sionismo no es una anticualla tradicionalista, sino una fuerza moderna y efectiva dentro de un mundo en plena expansión.
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