Karlos Santamaria eta haren idazlanak
El hombre sin hombre
El Diario Vasco, 1967-06-04
Nunca se puede saber cual es el último grito o, si ustedes lo prefieren, la última palabra de la filosofÃa en cada momento, por la simple razón de que la filosofÃa no grita, ni tiene tampoco última palabra.
Sin embargo, lo que está ocurriendo ahora en la filosofÃa occidental, e «burguesa», es algo terriblemente crÃtico. Y es que la filosofÃa se está haciendo fundamentalmente y rabiosamente antifilosófica. Esto es algo asà —perdonen ustedes la comparación que sólo sirve para darle un poco de picante al asunto— como los curas que se hacen anticlericales.
Lo que ahora se llama estructuralismo es, por lo que uno va entendiendo, una antifilosofÃa que ha nacido en el seno mismo de la filosofÃa.
Su tema mayor es la construcción de un sistema absolutamente riguroso, en el que no quede rastro de subjetivismo, ni de psicologismo, ni de intuicionismo. Para ello se impone una condición previa y trágica: el hombre debe ser eliminado, no sólo como objeto de la filosofÃa, sino como sujeto de la misma.
En oposición al vitalismo de Ortega y al cordialismo de Unamuno, tan pasado de moda como ustedes y yo sabemos —«e pur si muove»— el estructuralismo es como un antibiótico y el antiséptico radical de la filosofÃa.
Los matemáticos de fines del siglo pasado y los de este siglo, han realizado esfuerzos enormes para dar a su ciencia un rigor perfecto y total. La intuición, la visión interior de los seres u objetos matemáticos, debÃa ser barrida, porque a través de ella entraba el error y la paradoja. No se trataba de «ver», ni de «entender», sino de «construir» un sistema completamente lógico coherente consigo mismo, al margen de cualquier supuesta realidad.
Asà nació la «axiomática», matemática aséptica por excelencia, sin posibilidad alguna de error o paralogismo. El «Bourbaki» es la Biblia de la escuela.
Algo parecido ocurrió en el campo de la lingüÃstica. El lenguaje adquirÃa asà una «perseidad» total, un existir «per se», independiente del hombre. El lenguaje andaba solo, como los axiomas de los matemáticos y se convertÃa en una realidad primaria, de la que el hombre era producto y no sujeto.
De estas dos influencias proviene principalmente el actual estructuralismo.
Resulta ahora que el siglo XIX habÃa «inventado» al hombre pero que el hombre no existe, que es un mito, una pseudo-idea.
El hombre es un animal que repite palabras y hace frases. La realidad primaria del llamado universo humano es el lenguaje colectivo. El ser del hombre sólo son palabras y estas palabras no le pertenecen.
«Yo estoy hecho de palabras —dice un personaje de Beckett— de palabras de los demás. Yo no existo, la cosa es clara».
El hombre es un personaje que habla en un escenario. Es un tópico, es un lugar común encarnado.
Al «yo soy yo a mi circunstancia» de Ortega, los estructuralistas vendrÃan a oponer un «yo soy mi circunstancia y nada más que mi circunstancia».
Asà el hombre no es el hombre, sino el entorno del hombre. Dios habÃa muerto. Ahora el hombre ha muerto, sólo quedan las estructuras.
Sartre piensa que el estructuralismo es la última barrera que la «burguesÃa» puede todavÃa levantar contra Marx.
Puede ser en efecto, la filosofÃa más adecuada para estructurar la famosa «sociedad de la abundancia», la cual trata de asegurar condiciones materiales de existencia cada vez mejores al hombre, al mismo tiempo que niega prácticamente la existencia de éste, como ser substante y sujeto responsable de la vida social.
Una sociedad que marcha divinamente sin que haya necesidad de que existan hombres en ella.
¿No es ese nuestro ideal? Hagámonos, pues, estructuralista.
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