Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La guerra sin dolor

 

El Diario Vasco, 1967-04-16

 

      Hay muchas cosas que ensombrecen el presente y el porvenir de nuestra generación. Una de ellas, y no la menos importante, es el riesgo, por ahora inevitable, de una guerra nuclear.

      La guerra nuclear podrá estallar o no estallar y, si llega a estallar podrá acabar con la civilización o no acabar con ella. Hay quien dice que hasta la propia Humanidad corre el peligro de desaparecer. Todo ello podrá ocurrir o no ocurrir, pero psicológicamente está ocurriendo ya en el ánimo de muchas gentes. Porque el hombre civilizado es un animal anticipacionista y, para cierta gente super-civilizada el simple riesgo de catástrofe es ya una catástrofe.

      De todos modos, el mismo progreso científico que ha engendrado ese monstruo, podrá encontrar, quizás nuevos caminos que den a la cuestión de la guerra una salida favorable.

      Es evidente que el fin último de la guerra no es la destrucción del adversario. El objetivo propio de la guerra no consisten en sembrar la desolación y la muerte en el campo contrario, sino en imponer al enemigo determinadas condiciones o exigencias políticas. La violencia es sólo un medio.

      Ahora bien, el hecho de que el medio utilizado por la guerra haya sido siempre la violencia destructiva, no significa que las cosas vayan a seguir ocurriendo de la misma manera en el porvenir.

      Según parece —esto es una buena noticia, aunque seguramente falsa— los expertos militares de algunos países están estudiando la creación de armas de dominio y de inutilización no destructiva. En particular se habla de una nueva arma psicoquímica que en lugar de herir y matar producirá una incapacidad psíquica temporal, hasta cierto punto placentera, en los combatientes del ejército contrario.

      Los individuos sometidos a esta nueva clase de bombardeos, no solamente no sufrirán física ni moralmente, sino que experimentarán sueños mágicos, visiones coloreadas parecidas a las que proporcionan algunos alucinógenos y una inhibición o pérdida transitoria de la personalidad, además de otras ventajas por el estilo.

      Según cierto coronel Nardi, se trata de una posibilidad realizable y esperable. La administración de las drogas capaces de producir estos efectos se realizará en los campos de batalla y en las ciudades de retaguardia por medio de proyectiles adecuados.

      El arma psico-química será un arma eficaz, cómoda, económica y humanitaria. La nueva «guerra mágica» ofrecerá tantas ventajas que ya no habrá ningún Gobierno que tenga interés en emplear los métodos clásicos de destrucción.

      En lugar de guerra nuclear, puede ocurrir, pues, que nuestros descendientes conozcan una especie de guerra de juguete, algo así como un espectáculo maravilloso de fuegos artificiales acompañado de una amplia gama de sensaciones agradables. Al despertar, como en la historia de «La Bella Durmiente», el vencido se encontrará con que la guerra ha terminado.

      Nada nos obliga a creer que los proyectos de este coronel, que naturalmente es francés, como lo era Julio Verne, puedan ser de verdad. Pero tampoco se puede presentar ningún argumento válido para desmentirlos. Vivir para ver.

      Si en lugar del horizonte ensombrecedor de que hablábamos antes, la ciencia nos ofrece este rayo de esperanza, ¿por qué no dejarlo brillar, aunque no sea más que un poquito, mientras las bombas del Vietnam siguen cayendo inútilmente sobre nuestras conciencias de personas honradas?

 

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