Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Los partidos
El Diario Vasco, 1966-06-05
Nadie duda de que el sistema polÃtico que se estatuya para el futuro habrá de ser necesariamente democrático y esto por una razón muy sencilla, y es que en nuestro tiempo la palabra «democracia» ha llegado a ser un vocablo esencial e insustituible. La idea democrática ha adquirido tal prestigio que no existe ningún régimen que no intente presentarse a sà mismo bajo esta etiqueta atrayente.
«Democracia dirigida», «democracia orgánica», «democracia corporativa», «democracia popular», son expresiones que han servido en el pasado y sirven todavÃa, para encubrir sistemas de gobierno más o menos dictatoriales.
Algunos se preguntan qué es lo esencial de una verdadera democracia. Para mÃ, democracia significa, sobre todo, «participación» real y efectiva del ciudadano —proporcionalmente al interés y a la capacidad, mayor o menor, de cada uno— en las decisiones polÃticas, en la legislación y en un cierto control del poder ejecutivo, a través de un sistema de representación práctica y eficaz.
Sólo cuando se reconoce y realiza de modo auténtico este «derecho de participación», cabe hablar de democracia.
Pero es también innegable que el derecho de participación puede ser ejercido de diversas maneras y por eso son posibles distintos tipos de democracia.
¿Los partidos polÃticos son esenciales en una democracia? No parece que lo sean, por lo menos en principio.
Rousseau, por ejemplo, pensaba en una democracia pura, constituida por ciudadanos aislados, no asociados unos a otros, cada uno de los cuales deberÃa obedecer únicamente a sus propios designios y aspiraciones. «Si cuando el pueblo suficientemente informado delibera, los ciudadanos no tuviesen ninguna comunicación entre sÃ, del gran número de pequeñas diferencias surgirÃa la voluntad general y la deliberación serÃa siempre buena...». Para Rousseau el ideal era pues una sociedad de individuos dispersos y enteramente libres de mutuas influencias ideológicas. «Que cada ciudadano no opine más que según su propio criterio».
Hoy sabemos, sin embargo, que esta idea tan bella es enteramente paradójica y que, cuando los ciudadanos se encuentran aislados ante el Estado, surge necesariamente o la anarquÃa o el despotismo.
Por eso, entre el Estado y la Sociedad tiene que haber necesariamente órganos intermedios. Las corporaciones, cuando poseÃan fuerza y personalidad propias, representaban de manera efectiva las unidades naturales que componen toda Sociedad digna de este nombre: familia, municipios, regiones, profesiones, clases...
Pero esto no basta hoy en dÃa. Porque, aunque las corporaciones recobrasen su antiguo vigor e independencia ante el Estado, aún serÃa necesario otro tipo de nexo y de relación entre los ciudadanos, el nexo ideológico, el partido.
El ciudadano aislado se halla desprovisto de medios para adquirir criterios. Necesita asociarse con otros ciudadanos que tengan una tendencia ideológica afÃn a la suya y que compartan con él algunos puntos de vista básicos y esenciales. Asà nacen los partidos polÃticos, sobre los cuales cabe configurar una actividad polÃtica más coherente y organizada que sobre la base del individualismo desaforado de que nos habla Rousseau.
Ahora bien, la idea pluri-partidista ha sido fuertemente criticada estos últimos años a causa de la profusión excesiva y el egoÃsmo particularista de los partidos que a menudo han llegado a hacer inviable la vida polÃtica.
A lo cual se puede responder que la total supresión de los partidos, que es precisamente el exceso contrario, desfigura la actividad polÃtica y conduce a la atomización russoniana, dentro de la cual la polÃtica se reduce a tecnocracia o, lo que es peor aún, a simple juego de intereses y ambiciones personales.
Por eso la tendencia moderna a limitar los partidos a un pequeño número. Tres o cuatro grandes formaciones, cada una de ellas dotada de una anchÃsima base doctrinal, deben bastar en cualquier paÃs para ofrecer al ciudadano que se interese por la polÃtica un cuadro de criterios y de orientaciones suficientemente amplio y diversificado. En esto, como en todo, la verdad está en el justo medio.
¿Quienes hayan de concebir la estructura polÃtica futura, acertarán a dar —en este asunto de los partidos— con ese justo medio tan deseable?
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