Karlos Santamaria eta haren idazlanak
La juventud acusa
El Diario Vasco, 1966-04-24
Cuando nos referimos a «los jóvenes» la división generacional aparece, en nuestro paÃs, completamente clara. El salto histórico es aquà evidente.
Por una parte, ellos, los «jóvenes», los que no han conocido la guerra, más que por referencias o relatos. Por otra, «nosotros», los de antes, los que, de un modo o de otro, pero ya con pleno sentido y conocimiento de causa, llegamos a vivir el enorme dramatismo de aquellos dÃas.
Pues bien, la juventud acusa.
Esa juventud de la post-guerra o, para precisar mejor las ideas, la parte inconformista e incómoda de la misma, acusa a las generaciones precedentes.
— «¿Y de qué la acusa?» —nos preguntábamos hace poco.
La crÃtica a que nos referimos es múltiple y diversa. Resulta imposible resumirlo en un artÃculo tan breve como éste. Pero sà cabe formular la queja principal, la más importante de todas, y la que, en cierta manera, sintetiza el conjunto de tales acusaciones generacionales: «Somos hombres maduros y ustedes pretenden tratarnos como niños».
Los jóvenes se quejan de que se trata de imponerles un cuadro histórico prefabricado, en cuya construcción ellos no han intervenido para nada. Se declaran enteramente ajenos a los «tabús» a los complejos, a las paradojas, a las tensiones, a las contradicciones internas, de esa misma sociedad.
«Nosotros queremos disponer de la misma libertad que tuvieron los hombres de las generaciones precedentes cuando les llegó la hora de definirse a sà mismos. No vacilaron en hacerlo, y lo hicieron: jugaron sus cartas. Ganaron o perdieron, eso no importa. Pero ahora debe reconocérsenos a nosotros el derecho de jugar también las nuestras».
Temen que su generación quede reducida a una página en blanco de la historia. Una juventud inédita.
«Luego seremos viejos y nuestra frustración se habrá convertido en algo definitivo e irreversible. La generación precedente a la nuestra pretende haberlo dejado todo hecho, todo lo fundamental, todo lo histórico. ¿Qué nos queda a nosotros por hacer? Sin duda se habla mucho de nosotros. Se nos dice que debemos intervenir, sentirnos responsables. Se nos echa en cara nuestra inactividad, nuestra indiferencia. Pero, ¿de qué medios disponemos para poner en juego nuestro propio concepto de la vida? Se nos ofrecen, eso sÃ, 'trenecitos de juguete'; para que nos hagamos ilusión de que tenemos un quehacer menos. Pero lo que en realidad se pretende es que sigamos jugando, como niños, entreteniéndonos en chiquilladas, sin intervenir de hecho en las decisiones serias e importantes, que nuestros predecesores se reservan para ellos mismos».
Este planteamiento tiene un carácter general. Lo plantean los hijos frente a los padres; los estudiantes frente a sus profesores y educadores; los intelectuales de las nuevas olas frente a los instalados; los jóvenes con vocación pública frente a las formas polÃticas presente o pretéritas.
La misma idea se extiende al plano religioso y moral. «La religión de nuestros padres —dicen— está cuajada de escrúpulos y de moralismos. Es una religión exterior, hipócrita e inmovilista. Su idea de las relaciones humanas y sociales, su mismo concepto de las relaciones sexuales, no sólo es anticuado, sino que está cargado de prejuicios patológicos, auténticamente morbosos, desde cualquier punto de vista que se les mire. De ahà todas esas limitaciones que se nos quiere imponer. Nosotros nos sentimos mejores, más sanos, más libres de espÃritu que nuestros padres. Y queremos construir un mundo mejor y más justo, de acuerdo con nuestras propias ideas».
Mal o bien expresadas, estas son las acusaciones fundamentales de la juventud de hoy contra la generación de sus progenitores.
¿Qué hay de razonable y justo en todo esto? ¿Qué podemos y debemos contestar?
Convendrá dejar esta ecuación sin resolver dos o tres semanas. Esto nos permitirá madurar y moderar la respuesta. Cosa no conveniente y, por otra parte, muy propia de viejos.
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