Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Bilingüismo inteligente
El Diario Vasco, 1966-04-17
En el momento actual, es decir, de unos años a esta parte, estamos asistiendo a un modesto renacimiento de las letras euskéricas: novela, poesÃa, teatro, libros y revistas y hasta un semanario en lengua vasca.
He dicho «modesto» porque no me gusta exagerar y porque entiendo que uno de los primeros deberes del escritor —y quizás uno de los más olvidados— es el de medir y pesar los adjetivos, para no caer en el vicio de las ponderaciones extremosas.
De cualquier manera me parece bastante esperanzador el hecho de que algunos jóvenes intelectuales vascos, y otros ya no tan jóvenes, hayan emprendido la difÃcil tarea de utilizar nuestra vieja lengua —siempre decimos esto de vieja— como vehÃculo de expresión de ideas modernas.
La simpatÃa hacia el vascuence y el decidido propósito de conservarlo vivo, se manifiestan hoy en muchas partes y de muchas maneras.
Incluso en discursos y declaraciones oficiales se ha expuesto en repetidas ocasiones el deseo de protegerlo como un tesoro cultural de altÃsimo valor.
No hace mucho tiempo el ministro de Educación Nacional, en unas palabras dirigidas a la Sociedad Vascongada de Amigos del PaÃs, dejaba entrever su propósito de prestar ayuda a tan importantes y justas aspiraciones.
Es indudable que los vascos, aun los que, como yo, no lo somos por los cuatro costados —ni es necesario serlo— tenemos el deber y, por lo tanto, el derecho, de conservar viva esa preciosa herencia de gran valor humano y cultural.
No se trata, no, de conservarla como un ejemplar de museo, como una extraña traza paleontológica. La paleontologÃa, la espeleologÃa y el «folklore» son «ciencias» que están muy bien y que todos admiramos. Pero mi entusiasmo por el hombre de las cavernas no llega a tanto que me olvide de que vivimos en 1966. Lo que hay que salvar ahora es el euskera vivo actual y, si es posible, también el del año 3000, que seguramente no se parecerá ya gran cosa al que hoy se habla y escribe.
A mi juicio, el Estado debe proporcionar los medios necesarios para que el trabajo de revitalización y de actualización del euskera pueda ser llevado a cabo del modo más eficaz posible.
Yo lo considero como un deber del Estado y no vacilo en afirmarlo asÃ, en función de principios de derecho natural, que hoy son admitidos y reconocidos entre nosotros por todas las personas cultivadas.
No se trata, naturalmente, de proclamar una especie de amor platónico o romántico a la venerable lengua, sino de adoptar medidas eficaces para que pueda pervivir y desarrollarse de modo adecuado a las exigencias de nuestro tiempo.
Para ello se requiere llevar el vascuence a la escuela, implantar en ésta ciertas enseñanzas que permitan a los vascoparlantes, a los «euskeldunes», el leer y escribir en euskera. Es necesario implantar un «bilingüismo» inteligente, que no sea una imposición para nadie, sino un medio de completar y fortalecer la personalidad del niño «euskeldun».
Al plantear esta cuestión tenemos que ser extraordinariamente realistas. No se pueden pedir cosas que en el estado actual de la lengua resulten imposibles. No olvidemos que cargan sobre ella un par de siglos de retraso con relación a cualquiera de los grandes idiomas modernos.
Tampoco se puede exigir a los maestros algo que se halle fuera de su alcance. Bajo este aspecto está en manos del legislador el arbitrar fórmulas prácticas que permitan que personas debidamente tituladas, por instituciones serias, como lo es, por ejemplo, la Academia de la Lengua Vasca, puedan prestar su colaboración en las escuelas públicas, realizando el trabajo de «alfabetización euskérica»: enseñar a leer y a escribir en vascuence a los niños euskeldunes y a todos los que lo deseen.
Si este trabajo se hiciese bajo la dirección pedagógica de los propios maestros y adaptándose al plan escolar, se habrÃa dado un gran paso y, sobre todo, un paso eficaz —no puramente platónico— en favor de la lengua vasca.
¿Se quiere o no se quiere protegerla? He aquà el «quid» de la cuestión.
O, como se dice en vascuence: «Or dago korapilloa».
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