Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Debate sobre la mujer

 

El Diario Vasco, 1966-02-13

 

      La filosofía, como otros muchos saberes, ha sido una construcción masculina, una obra de «hombres varones» y, casi siempre misóginos.

      Desde el punto de vista de la filosofía masculina, la mujer es un «accidente», no una «sustancia».

      Dicho sea de modo todavía más oscuro: dentro de esa concepción la mujer no existe «per se», no goza de esa facultad cuasi-divina, que los varones se han atribuido descaradamente a sí mismos, negándosela a sus compañeras hembras, y que técnicamente se llama la «perseidad», esto es, la facultad de existir algo en sí mismo, en función de sí mismo.

      El ser de la mujer ha sido considerado, más o menos tácitamente, como un «ser-en-el-hombre», y sobre esta base se han construido las leyes, las estructuras y las costumbres sociales.

      Ya se la mire como amante o como esposa, como madre y educadora de los hijos, o como sacerdotisa del hogar familiar, parece que el existir de la mujer está subordinado al del varón. Es, por tanto, un papel «accidental» y no «sustancial». Los hombres han sido tan fatuos, que han creído desde hace muchos siglos que todo giraba y tenía que girar en torno a ellos.

      El «andro-centrismo» ha resultado ser la manifestación más estúpida del antropocentrismo.

      Pero he aquí que, a impulsos del progreso técnico, al mismo tiempo que se liberaba a los esclavos y se descolonizaba a los pueblos retrasados, se empezaba a pensar en ir comunicando un poco de «perseidad», al menos un poco, a la mujer.

      Esta descolonización del sexo femenino constituye una fuente de problemas que no lleva camino de agotarse.

      Â¿Si la mujer adquiere un lugar importante en la sociedad, si accede a la cultura y a la ciencia, si alcanza puestos de mando y se entrega a este conjunto de tareas sociales con el fervor y la exclusividad que, sin duda requieren, no se verá obligada con ello a abandonar a su marido y a sus hijos y ese culto del hogar en el que parece consistir su misión principal en la vida?

      Tal fue el tema de un debate estudiantil extraordinario, al que tuve el gusto de asistir hace unos días y en el que pude comprobar la gran agilidad y espontaneidad con que los chicos y las chicas de hoy se plantean estas cuestiones.

      — «Ante lo social, hombres y mujeres, todos somos iguales. Tenemos, pues, un mismo derecho a alcanzar la plenitud de nuestro desarrollo humano en el ejercicio de una comunicación social tan amplia como sea posible» —decían unos.

      — «Perdón, no iguales, sino complementarios —respondían otros—. Bien está que la mujer se 'promocione', adquiera cultura y se desarrolle en el ejercicio de una función profesional y social. Pero si ello llega a constituir un riesgo para su vocación de esposa y madre, la mujer casada deberá retirarse al hogar, dejando para los varones y, claro está, para las solteras, todo ese magnífico quehacer social».

      Así se planteaba el tema de este debate. Y no faltó quien, citando a Engels, clamase contra la esclavitud de la mujer, a la que el hombre, físicamente más fuerte, ha sometido a la mujer desde los albores de nuestra civilización.

      No seré yo quien zanje la cuestión aquí y ahora. La cosa es demasiado complicada, tiene demasiados matices para que pueda ser tratada en un espacio tan corto como éste.

      Pero sí quisiera recordar a los jóvenes amigos y amigas del ala extrema feminista, que si es verdad que Simone de Beauvoir ha sido el más severo fiscal contra el imperialismo masculino, su intervención ha constituido también una enérgica llamada a las mujeres «para que salgan de la pasividad y rompan el sortilegio milenario» de prejuicios y convenciones que las tienen encerradas dentro de sí mismas.

      Para romper este sortilegio lo primero que, a mi juicio, tienen que hacer las mujeres es construirse una filosofía a su aire, en la que ellas puedan también ser algo sustantivo y sustancial.

      Â¿Ocurrirá así ahora? Emmanuel Mounier lo anunció ya hace bastantes años. «Liberada de sus pequeños y engañadores misterios, la mujer va ahora a ponerse en contacto con los grandes misterios metafísicos y desde ahí va a comunicarse a toda la Humanidad, en lugar de ser, como hasta ahora, una simple digresión en la historia de la Humanidad».

      Que así sea, con el permiso de la historia.

 

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