Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Un hombre pacífico

 

El Diario Vasco, 1966-01-16

 

      El acontecimiento de la semana ha sido la muerte de Lal Bahadur Shastri, este hombre pacífico que intentaba conducir su política por el camino de la verdad y de la honradez.

      Cabe preguntarse por qué la figura frágil, pequeña y un poco temblorosa, de este hijo espiritual del mahatma Gandhi, ha llegado a inspirar una simpatía tan extensa, por qué su muerte nos ha impresionado tanto.

      Shastri jugaba la carta de la «no-violencia» aplicada a la política. Según parece, quería proceder noblemente, lealmente, en un terreno en el cual la nobleza y la lealtad no suelen abundar, desgraciadamente.

      Esa idea de la política se halla naturalmente reñida con los principios maquiavélicos que aplican hoy todos los políticos verdaderamente modernos.

      El maquiavelismo afirma que la vida política de los Estados y las relaciones entre éstos no pueden ser sinceras, que no cabe apoyarlas en la Verdad. El secreto, la trampa, la astucia y la fuerza son considerados como los ingredientes normales y esenciales de la acción del hombre de Estado.

      La verdad es que hoy en día nadie, o casi nadie, cree en la eficacia de la bondad, del espíritu de misericordia y de la fidelidad a los principios éticos como armas políticas eficaces.

      Bondad, fidelidad, amor. Tal fue sin embargo la clase de política propugnada por Gandhi y que muchos siguen considerando irrealizable en este mundo.

      Gandhi amaba el sermón de la Montaña y veía en él la más grande y clara enseñanza social de todos los tiempos.

      Â«Bienaventurados los pobres. Bienaventurados los dulces. Bienaventurados los misericordiosos. Bienaventurados los que lloran. Bienaventurados los pacíficos. Bienaventurados los limpios».

      Â¿Puede un político inspirar su acción en estas palabras? ¿El hombre de las bienaventuranzas está capacitado para la acción política?

      Esta es la gran cuestión de hoy, de hoy sobre todo, más que de ninguna otra época, ya que el progreso moderno ha acrecentado de un modo enorme la fuerza del positivismo político.

      El maquiavelismo niega esa posibilidad. En nombre de un realismo inexorable proclama la necesidad de una acción lúcida y un poco de luciferina liberada de escrúpulos morales.

      Los consejos de Maquiavelo al hombre político son como los de Nietzsche, justamente el polo opuesto del sermón de la Montaña: «Bienaventurados los ricos, porque ellos suelen ser los que levantan y destruyen los poderes de este mundo. Huye de los que lloran y de los que sufren. Desecha las ideas blandas y misteriosas que sólo llevan a la derrota. Sé duro, duro como el diamante. Y sabe, en cuanto a la paz, que ésta no existe sobre la tierra, como no sea la paz armada, mantenida únicamente por la coacción y la amenaza de las armas».

      Aún dentro del campo cristiano la opinión más extendida es la de que aquellas bienaventuranzas, lo mismo que los consejos evangélicos (p. ej.: «si te dan un bofetón en una mejilla presenta la otra pura para que te golpeen») sólo sirven para dirigir las conductas íntimas e individuales de algunas personas más o menos alejadas del mundo.

      Esta es, a mi juicio, una opinión muy peligrosa y causa de muchos males.

      Partiendo de este supuesto, es decir, relegando la acción de los consejos evangélicos al orden privado, y casi diríamos conventual, se produce un dualismo que acaba por desfigurar toda la concepción de la vida pública.

      Tenemos mucho que aprender los cristianos del pensamiento hindú y de hombres como Gandhi, Vinoba y ahora Shastri.

      Ellos han tratado de poner a prueba lo que nosotros proclamamos sin demasiada fe, es decir, el poder efectivo de la bondad en la acción temporal.

      Shastri habrá fracasado quizás como hombre político, eso vamos a saberlo en los meses próximos; pero su valor ejemplar como hombre bueno, como hombre de buena voluntad, está ya operando en la historia al servicio de la Humanidad.

 

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