Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Quinta columna

 

El Diario Vasco, 1965-07-04

 

      La noticia, publicada hace unas semanas en la Prensa de que Paulo VI había confiado a los jesuitas «la lucha contra el ateísmo» —véase el texto de esta alocución» del 7 de mayo en las revistas especializadas— ha sido interpretada por algunas personas como un signo de endurecimiento en la actitud de la Iglesia. Más de uno se ha imaginado ya a los aguerridos hijos de San Ignacio disponiéndose a partir, con armas y bagajes, al combate contra el infiel levantino, como en un tiempo partieran los cruzados al grito de Pedro el Ermitaño.

      No se trata evidentemente de nada de esto. Para los que creemos y queremos creer en Dios, el «ateísmo» es una enfermedad mortal, o, más bien, «la» enfermedad mortal del espíritu. Es la sombra, el vacío, la desesperación. Y el hombre de fe —sobre todo si es hombre de poca fe— tiene que luchar denonadamente contra el ateísmo, a comenzar por su propio riesgo de ateísmo.

      El ateísmo no se encuentra aquí o allá. No puede ser identificado con esta o la otra ideología. No puede ser simplificado. Está siempre agazapado en algún rincón de nuestro propio espíritu. (Quien se sienta definitivamente libre de la desesperación, que arroje la primera piedra).

      Pero, indudablemente, el ateismo más coherente que se haya podido inventar, el más lógico, el más perfecto —si cabe hablar así— es el marxismo.

      Â«Marx comprendió que una religión sin trascendencia debía llamarse propiamente política», dice Camus.

      Notemos que los lenguajes no se corresponden nunca exactamente, término a término. El concepto marxista de la política cubre tres ideas occidentales, porque es a un mismo tiempo religión, metafísica y política en sentido estricto y esta es la causa de muchos equívocos en la interpretación del fenómeno marxista.

      Marx no ignoró el hecho religioso, sino que a su modo lo englobó o lo incorporó a su síntesis. Entonces, como ahora, el espectáculo de una religión fuertemente lastrada por seculares supersticiones exigía un trabajo de desmitización. Este trabajo los cristianos pudieron haberlo hecho desde dentro. Marx lo hizo desde fuera o, más bien, desde enfrente y así nació su crítica terrible. Marx vio la religión sobre todo como superstición consolante. Quizás no le dejaban verla de otro modo.

      Â«La miseria religiosa —dice— es por una parte la expresión de la miseria real y por otra la protesta contra esa misma miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una época sin espíritu. La religión es el opio del pueblo». He aquí una frase en la que los cristianos podríamos encontrar tal vez un motivo de seria meditación.

      Y es que, a mi juicio, el mayor enemigo de la creencia es la credulidad, la mitificación piadosa, cuya extensión es mucho mayor de lo que se cree.

      En la «lucha contra el ateismo» quizás habría que poner en línea de combate un buen número de divisiones destinadas a combatir a ese enemigo interno a cuya presencia estamos tan acostumbrados que ya no la sentimos siquiera. Porque la desfiguración beata del misterio religioso es la quinta columna del ateismo y su aliado indirecto más poderoso.

      La superstición no es una «avanzadilla de la religión», como decía José de Maistre, sino su más escandalosa y peligrosa falsificación.

      Si se presentase el mundo divino tal como se suele ver y presentar desde el ángulo de la mitología devota, el diálogo con los ateos estaría anticipadamente perdido. En esta «lucha» hay que elevar el tiro para no tener que replegarse ante la artillería enemiga.

      El jesuita Padre Llanos lo ha dicho claramente en un recientísimo artículo suyo. «Cuando un buen católico sepa distinguir entre doctrinas marxistas y movimiento marxista y sepa razonar como ellos en su dialéctica, al tiempo que les presente de nuevo, alto y puro, el mundo divino, entonces el diálogo será posible y lícito».

      El subrayado es mío, pero estoy seguro de que el P. Llanos no lo verá con malos ojos.

 

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