Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Buscar la verdad
El Diario Vasco, 1965-04-04
Como sabe el lector, el tema de la libertad religiosa quedó pendiente para la próxima sesión del Concilio. La comisión correspondiente ha seguido trabajando durante las últimas semanas, tratando de redactar un texto que tenga en cuenta todas las dificultades suscitadas. Nadie duda que, al final, la declaración será decididamente favorable a la libertad, pero hay que evitar que un matiz cualquiera pueda alterar sustancialmente su propósito fundamental, porque en esta clase de asuntos teológico-jurÃdicos los matices son evidentemente de una importancia extraordinaria.
Todo el mundo está de acuerdo, por ejemplo, en afirmar que «el hombre tiene derecho a la verdad». Pero esta afirmación asà enunciada, aparte de ser demasiado imprecisa e inoperante, viene a desconocer los verdaderos términos de la relación del hombre con la realidad.
Nos referimos aquÃ, claro está, a la verdad religiosa, en la que el hombre se enfrenta con su ulterior y definitivo destino, pero hasta cierto punto, nuestras consideraciones pueden extenderse a toda verdad moral, capaz de influir en la dirección de la conducta humana, tal como, por ejemplo, la verdad informativa.
Si tomamos una edición muy conocida de la encÃclica «Pacem in terris», nos encontramos con un tÃtulo que dice: «Derechos a la buena fama, a la verdad y a la cultura». Sin embargo, al leer el contenido del párrafo, vemos que Juan XXIII dice que «el hombre exige por derecho natural [...] la posibilidad de buscar la verdad libremente...».
El lector habrá observado que hay una diferencia de matiz de importancia capital entre estas dos afirmaciones o, más bien, entre el tÃtulo y el contenido del párrafo, de suerte que el segundo queda traicionado, como quien dice, por el primero.
No se dice, en efecto, en el texto, que el hombre tenga derecho a la verdad, sino que el hombre tiene derecho a buscar la verdad libremente. «Derecho a la verdad». «Derecho a buscar la verdad». He aquà dos cosas muy distintas.
Y buena prueba de que este matiz no se debe a una casualidad insignificante es que en la misma encÃclica, al referirse a ciertos derechos, justamente reconocidos por la ONU, el propio Juan XXIII vuelve a emplear el mismo giro. «En dicha declaración [...] se afirma el derecho que todo hombre tiene a buscar libremente la verdad».
En qué pueda consistir este buscar libremente la verdad es cuestión a la que se han referido ya varios autores importantes, como Lercaro y Colombo, y que trae graves y decisivas consecuencias respecto a la libertad religiosa.
Derecho a la verdad y derecho a buscar la verdad. Hay un mundo entre esas dos concepciones.
La primera parece querer dejar zanjado previamente el problema de la verdad, la segunda sostiene el derecho de cada hombre de librar su propia batalla, sin ningún apriorismo que se le imponga desde fuera.
Y es que en el orden moral y religiosos la verdad no puede sernos comunicada como una realidad prefabricada y externa a nosotros mismo, sino que cada hombre tiene que buscarla y encontrarla por sà mismo, con todas las ayudas y dificultades que sean, pero siempre de buena fe, libremente, no dando un solo paso contra la que su propia conciencia le dicte, para no caer en la más odiosa de las insinceridades, que es la insinceridad religiosa.
Aunque a algunos les parezca monstruosa la siguiente afirmación, tenemos que decir que vale más un incrédulo sincero y consciente, que un autómata de la creencia. El primero, el incrédulo honrado, a pesar de su incredulidad, está mucho más cerca de la verdad que el practicante inconsciente. Y es que en este orden de ideas, el «buscar» y el «encontrar» están enlazados por una misteriosa relación que no puede ser identificada con el nexo habitual entre ambas ideas. En otros asuntos, cabe decir que si se busca algo es porque no se lo ha encontrado todavÃa. Pero aquÃ, en cambio, el mero hecho de buscar la verdad supone ya un encuentro con ella.
Asà la frase de Pascal puesta en boca de la verdad «Consuélate, no me buscarÃas si no me hubieses ya encontrado.
Y, recÃprocamente, el que ha encontrado la verdad o cree haberla encontrado, no puede cesar jamás de buscarla, alimentándose de su propia búsqueda.
La verdad suprema, es en efecto, la única cosa que debe ser buscada con más ahÃnco una vez que ha sido encontrada y la única, también, que ha sido encontrada, en cierto modo, desde el momento mismo en que se la busca.
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