Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Inhibición e interés
El Diario Vasco, 1960-09-11
El número de personas que se interesa por los problemas públicos es, en todas partes, muy pequeño: constituye un porcentaje muy reducido del total de la población.
El ciudadano corriente se desentiende en general de tales cuestiones y sólo se ocupa de ellas cuando rozan más o menos directamente sus intereses particulares.
Es fácil comprobar, por ejemplo, que la conversación de la gente gira habitualmente en torno a espectáculos, deportes, chismes y comadreos de diversa especie y que muy raras veces se refiere propiamente a la cosa pública. Otro experimento fácilmente realizable consiste en observar a los lectores callejeros de periódicos, en los parques y paseos o en los cafés y tenderetes públicos. Se notará que la mayorÃa de tales lectores fijan su atención en las planas de los diarios dedicados a los deportes, catástrofes y sucesos diversos y que son contadÃsimos los que se detienen en la información polÃtica.
Este fenómeno se debe, sin duda, a causas no muy diversas. Sean éstas cuales sean, el caso es que el mismo revela una situación de insensibilidad polÃtica, de escepticismo o de cansancio colectivo, muy extendido hoy por el mundo, como se ha dicho, y que merece nuestra particular atención.
Una opinión pública excesivamente sensibilizada resulta difÃcilmente gobernable. El exceso de reflejos y reacciones en el ámbito social origina multitud de pseudoproblemas e impide el desarrollo y la resolución de los problemas reales. Semejante hipersensibilización debe ser considerada, por tanto, en principio como un mal. Esto no significa, sin embargo, que el extremo opuesto deba ser estimado como favorable.
El gobernante sabe mejor que nadie hasta qué punto necesita cierto eco real, cierto asentimiento explÃcito por parte del coro popular. A falta de ello acabarÃa por encontrarse solo y desprovisto de impulsos para su acción.
Por eso en la mayor parte de los casos el gobernante pretenderá la crÃtica a la inhibición. Nada hay, ciertamente, más temible para un hombre provisto de autoridad que el silencio sistemático de sus súbditos.
Por esta razón todos los métodos polÃticos conceden importancia a este extremo y buscan, de un modo o de otro, una participación real de la colectividad, o de una parte representativa de ella, en las decisiones de los jefes.
Aunque esto complique a veces las cosas bastante, dicha participación es la única manera de hacer que la gente se interese en la cosa pública y se sienta responsable de ella. Es esta una afirmación pragmática, independiente de un posible juicio ético en el mismo sentido.
En la práctica es dificilÃsimo, sin embargo, llegar a resultados plenamente satisfactorios en este orden de cosas; pero no cabe duda de que las técnicas de representación y de participación popular han realizado, en estos últimos tiempos, algunos progresos importantes, casi universalmente admitidos en el mundo occidental.
La lectura de algunos estudios modernos de sociologÃa y de étnica de organización polÃtica, en su mayorÃa de autores anglosajones, me sugiere la idea de que todo el secreto de una buena dinámica polÃtica radica, más que en los grandes principios, en una praxis adecuada a la realidad polÃtica y cultural de cada pueblo, la cual permita obtener el máximo de interés y de participación positiva de la gente en los asuntos polÃticos.
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