Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Derecho al lujo

 

El Diario Vasco, 1960-07-03

 

      Se ha discutido mucho acerca de los límites entre lo indispensable y lo superfluo. Casi siempre resulta muy difícil, por no decir imposible, el averiguar donde termina la necesidad y donde empieza realmente el lujo.

      A los moralistas se les pone en un brete cuando se les consulta acerca de esto, pues no existe un criterio que permita fijar de un modo categórico y universal semejante clasificación.

      El problema se relaciona también con la justicia social. Así, por ejemplo: ¿el ir al cine o al fútbol ha de ser considerado como una necesidad o como un lujo? ¿Debe ser incluido este capítulo cuando se trata de calcular el salario vital? Dentro de nuestro contexto social yo me inclino, naturalmente, por la respuesta afirmativa; pero hay quien opina que cuando una persona se permite la satisfacción de asistir, alguna que otra vez, a un espectáculo de pago, es porque está nadando en la abundancia y ya no tiene derecho a quejarse de nada.

      El asunto tiene también importantes resonancias fiscales. En este terreno reina el mismo inevitable convencionalismo, dándose lugar a no pocas paradojas que, si no se tratase de hacernos pagar, nos resultarían divertidas. Así, por ejemplo, el hecho de que se considere cierta clase de papel como artículo de lujo.

      Finalmente, es indiscutible el interés de esta cuestión para una buena orientación de la Economía.

      El profesor Piètre, de la Facultad de Derecho de París, quien me honra con su amistad, ha publicado no hace mucho las notas de una conferencia suya en la que intentó poner en relación las exigencias humanas con las civilizaciones.

      Puesto que se trata de producir para cubrir las necesidades del hombre, parece imprescindible hacer una discriminación entre éstas. Saber con qué fin y por qué razones se produce este artículo y no aquel otro, en función de un nivel determinado de exigencias humanas, es una cuestión muy importante para una buena dirección de la actividad productiva.

      En un estado primario de civilización el hombre va a cubrir las estrictas necesidades de su vida animal. Está limitado psicológicamente por la estrechez de sus mismas posibilidades. No aspira ni puede todavía aspirar a muchas cosas que están por encima de sus deseos elementales.

      Luego, los distintos tipos de civilización crean diferentes tipos de necesidades y parece ser que la civilización técnica tiende a apagar los estímulos y las exigencias espirituales. Se aspira sólo a lo fácil, a lo inmediato, a lo cómodo. «No más cosas gloriosamente inútiles», como decía irónicamente Paul Valéry.

      El profesor Piètre habla también de una previsión de necesidades que la organización standard suele menospreciar: necesidad de evasión, de ensueño, de elevación, de infinito, de introspección. Todo esto debe también tenerse en cuenta al evaluar el conjunto de bienes indispensables al hombre y, por supuesto, al obrero. En efecto, una civilización incapaz de comprender estas necesidades radicales de la persona, que nacen de su propia y libre originalidad, acaba de crear el más temible de los monstruos: el aburrimiento colectivo.

 

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