Karlos Santamaria eta haren idazlanak
PolÃtica cristiana
El Diario Vasco, 1960-03-13
Volvemos hoy a la terrible cuestión planteada hace unos dÃas de «si hay o no una polÃtica cristiana». En este caso, como en otros problemas, se debe empezar por desbrozar el terreno, deshaciéndose, por de pronto, de las inadmisibles posturas extremas. Semejante delimitación no agota, ni mucho menos, el tema; pero prepara el terreno para su discusión.
El caso es que, del contenido de la fe, de la revelación y del dogma cristiano, no cabe deducir por rigurosa vÃa lógica un determinado programa polÃtico ni siquiera una doctrina acerca de las mejores formas y estructuras para el gobierno de los pueblos. Todo esto ha sido dejado o entregado por Dios a las libres disputas de los hombres y nadie tiene derecho a imponer en nombre de la religión y con razones de principio una particular ideologÃa polÃtica.
Es importante hacer y repetir esta afirmación, «oportunae et importunae», porque, de hecho, se halla muy extendida la idea contraria de que el catolicismo «determina» posiciones polÃticas.
El equÃvoco se explica a causa de las innumerables desviaciones y abusos históricos cometidos a este respecto en el transcurso de los siglos. Razón de más para procurar deshacerlo.
Digámoslo de una vez: dentro del marco del Nuevo Testamento la teocracia judaica no tiene ya nada que hacer y debe al contrario ser considerada, en los nuevos tiempos, como una herejÃa. HerejÃa prestigiosa, imponente y autoritaria, herejÃa conservadora y «de derechas», como quien dice, pero herejÃa al fin.
DesÃgnase aquà con la palabra «teocracia» el gobierno directo de lo temporal por la autoridad espiritual o religiosa. Si por polÃtica cristiana se quiere entender polÃtica teocrática o «clerical», es indudable que hay en ello una contradicción en los términos que no puede ser pasada por alto.
Ahora bien, lo que acabamos de decir no significa que deba propugnarse un tipo de fe emigrante, separada del tiempo, del espacio y de la Historia y entregada ardorosamente al denodado cultivo de lo que el protestante Ricoeur llama «el jardÃn de las dulces emociones». Este es el otro extremo condenable.
Por desgracia, en el transcurso de los últimos años y a causa sin duda de las enormes dificultades por que atraviesa el mundo, algunos católicos se han dedicado a cultivar un poco ese jardÃn, fomentando cierta especie de «asepsia» polÃtica. Se ha querido establecer una oposición entre la pureza del cristianismo y la suciedad —«les mains sales»— de la polÃtica. Se ha invitado a los jóvenes a «que no se metan en polÃtica», sin reparar en que este quehacer es el más noble y elevado que quepa, dentro del campo estrictamente temporal.
Vocación transcendente, dignidad, libertad y responsabilidad del ser humano, son ideas esenciales que rezuman del Evangelio, las cuales eluden toda radical servidumbre, todo poder absoluto de hombre sobre hombre, toda extraña intromisión en la interioridad personal.
Una polÃtica que no respete estos principios no puede ser considerada como cristiana, aunque se precie de serlo con palabras altisonantes. En cambio, una polÃtica que tiende a realizar aquellos conceptos y a darles forma y realidad adecuada en cada época o tiempo histórico, merecerÃa ser designada, con denominación forzosamente vaga e imprecisa —no estricta—, con el gran nombre de «polÃtica cristiana», por la sencilla razón de que dichos conceptos, entendidos en toda su profundidad, son exclusivos, caracterÃsticos y especÃficos del mensaje cristiano.
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