Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Civilización del trabajo
El Diario Vasco, 1960-02-14
«La civilización del trabajo es una bella materia para la gracia de Cristo». — (M.D. CHENU).
Revolviendo mis cuadernos de notas, cuajados de «horribles» ideas francesas, encuentro esta frase de P. Chenu recogida hace ya ocho años. En el transcurso de este tiempo han ocurrido, por cierto, bastantes cosas en todos los órdenes, particularmente en este de las relaciones entre la Iglesia y el mundo del trabajo, las cuales tienen todavÃa poco de halagador.
Sin que nosotros —que vivimos un poco arrinconados— nos demos apenas cuenta de ello, se está operando una transformación material e intelectual y cambios muy importantes en una gran parte de la especie humana.
Sin guerras ni epidemias y con una mortalidad muy reducida, la población del Globo ha aumentado y continúa aumentando aceleradamente: se prevé un incremento de mil doscientos cincuenta millones de seres humanos, es decir, la mitad de la actual población, durante el próximo cuarto de siglo, lo que plantea graves problemas a economistas polÃticos y moralistas.
Para hacer frente a este crecimiento de un modo decidido ha habido que emprender obras de ingenierÃa colosales. Se lucha por mejorar las condiciones de existencia de los pueblos, por lo menos las condiciones materiales, higiénicas, alimenticias y también culturales. Se trabaja, se estudia, se investiga y se publica por todas partes. Los dos bloques dialogan tratando de buscar las bases de una acción común inteligente. Pueblos que creÃamos retrasados alcanzan ya un elevado nivel de vida. Aparecen nuevos Estados donde antes habÃa sólo Colonias, y, al frente de ellos, polÃticos indÃgenas formados en universidades europeas, con ideas modernas y un gran deseo de progreso.
La idea técnica de la eficacia preside todo este movimiento. El hombre de hoy piensa que su conocimiento de la Naturaleza le permite transformar el vivir humano de un modo muy favorable.
La condición del éxito de esta empresa consiste en situar el trabajo en el puesto de preferencia que le corresponde, lejos de seguir considerándolo como una simple pena, algo propio de gentes inferiores, algo de lo que todo el que puede huye.
Para que una civilización del trabajo se implante entre nosotros, es menester modificar los criterios de arriba a abajo. Debe prosperar el que vale y no el que, por arte de magia, se encuentra bien situado. La chapuza, el ardid, el mito y el privilegio deben desaparecer.
Tales son los elementos fundamentales de la civilización del trabajo, de la que el P. Chenu nos afirma que es una excelente materia para la gracia de Cristo.
Algunos se preguntan, sin embargo, si todo este mundo no debe causarnos miedo. Si la pretensión técnica no será una nueva aventura prometeica, la obra de la soberbia del hombre queriendo construir una nueva torre de Babel. Y se arrebujan y esconden bajo las sábanas de su pusilanimidad, como los niños que se asustan de los fantasmas nocturnos.
Más yo me digo si este miedo no es compatible con la creencia cristiana. Si cabe un cristianismo que no sea capaz de afrontar las enormes perspectivas de la hora presente.
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