Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Cardenal Gerlier
El Diario Vasco, 1959-12-20
Algunos se quejan de una excesiva presencia de la Iglesia en la vida pública. Yo, por mi parte, desearÃa que esta presencia fuese aún más activa y vibrante en determinado sentido que voy a permitirme explicar a continuación.
En el momento actual se están produciendo en el mundo, por todas parte, hechos polÃticos y económicos sumamente inquietantes. Tales acontecimientos no son extraños a la moral, es decir, a la Justicia y al recto sentido del Bien común. Por esta razón la Iglesia no puede permanecer indiferente ante ellos, sobre todo cuando hay débiles a quienes defender y opresores a quienes moderar.
Como ya se demostró en las Conversaciones del año 56, no es legÃtimo relegar a la Iglesia a una llamada «neutralidad polÃtica» estando en juego intereses y valores morales de la más alta calidad.
La Iglesia es un poder espiritual que trasciende el dominio de las actividades estrictamente polÃticas; pero éstas no son ajenas a los intereses que ella debe defender. Aun los que no creen en el carácter divino de la Iglesia tienen motivos para respetarla y reconocerla como la primera fuerza moral de la Humanidad.
Más, quizás, que en ningún otro tiempo, la Iglesia universal se halla hoy en condiciones de hablar firme y claro, sin temores ni compromisos. Sus palabras pesan y son recibidas con extraordinario interés hasta por los poderes más adversos. Que todos los miserables de la tierra sepan que la Iglesia participa de un modo efectivo en su desgracia y que hace cuanto está a su alcance por liberarlos de su carga, parece algo muy importante para el futuro del mundo. El silencio de la Iglesia en tales circunstancias serÃa un motivo de escándalo para muchos.
Comprenderá, pues, el lector por qué me ha producido alegrÃa el leer uno de estos dÃas, todavÃa no hace una semana, la declaración formulada por el arzobispo de Lyon, cardenal Gerlier, una gran figura de la Iglesia de Francia, e incluso una gran figura, «tout court».»La Iglesia de Francia una Iglesia que habla».
Dice asà el primado de las Galias, refiriéndose a la amenaza de despido que pesa en Francia sobre ciertos sectores trabajadores:
«Hay que comprender las reacciones, incluso violentas, de los que son vÃctimas de estas medidas. Este es el momento de recordar las enseñanzas de la Iglesia y las palabras de los Papas. La Iglesia afirma que los despidos, que vuelven ahora a reaparecer, o los cierres de fábricas, no pueden ser aceptados como la primera solución de las dificultades, cuyo carácter amenazador nadie pone en duda. Es grave e indiscutible la obligación de agotar todos los medios posibles antes de hacer recaer sobre los trabajadores las consecuencias de una crisis o de una organización defectuosa. Existe el gran deber humano de salvaguardar sus exigencias esenciales. Incluso es un imperioso deber cristiano, aunque para llegar a ello hiciera falta que algunos se impusieran unos sacrificios, que no deben ser mirados como imposibles».
Alguno pensará que el arzobispo de Lyon «se mete donde no le llaman» y que estos son problemas que los economistas deben arreglar a su aire sin que la Iglesia «se entrometa».
Pero no todos opinamos de este modo. Y a mi modesto entender conviene que se oigan muchas voces de este género para que no haya ningún equÃvoco sobre la actitud de la Iglesia en relación con los problemas y las estructuras económicas.
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