Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Universalismo
El Diario Vasco, 1959-09-13
La religión cristiana es una religión eminentemente universal y supranacional. No es exclusiva de pueblo alguno determinado. La llamada de Cristo se dirige «a los paganos y a los gentiles venidos de Oriente y de Occidente, los cuales se sentarán al lado de Abraham, de Isaac y de Jacob en el Reino de los cielos», mientras que los hijos del Reino, incapaces de comprender la universalidad de la llamada evangélica, serán arrojados fuera.
El retorno a una religión nacional, más o menos declarada, ha sido la constante tentación de los cristianos de todos los tiempos, desde los judaizantes de los primeros siglos, hasta las iglesias autóctonas en China, en Japón, en las Filipinas o en África, en la época moderna.
Incluso en nuestros viejos países cristianos de la vieja Europa podemos descubrir indicios o formas de catolicismo muy poco «católico» —católico significa universal—, es decir, extraordinariamente apegadas a particularismos nacionales sacralizados.
No basta, pues, ser católico para ser universalista y, a la inversa, sería un error el afirmar que el cristianismo sea la única religión universalista.
Para el budismo, por ejemplo, la pertenencia a una nación determinada no juega tampoco ningún papel. La doctrina de Buda llama «a todo el que tenga oídos». Es atemporal y sin límite alguno nacional.
Pero mientras que el budismo invita a «la extinción de la sed de existir» como la forma suprema de la beatitud, el cristianismo es esencialmente una llamada al amor y al amor operante. la acción caritativa, la obra de misericordia, no consiste en decir «Señor, Señor», sino en dar de beber, en dar de comer, en acoger al extranjero, etc., como signo de salvación en el juicio final.
Desde este punto de vista, la tarea internacional es para el cristiano como una inmensa obra de misericordia a la medida de la Humanidad entera.
En cincuenta años la población del mundo se ha duplicado. El mundo tiene necesidad de un orden suprapolítico destinado a asegurar la comunicación de bienes de toda especie entre los hombres, por encima de las fronteras. Para que los hombres puedan comer, vestirse, alojarse, instruirse, es cada vez más necesaria la constitución de una sociedad supranacional y de unas estructuras que conduzcan a resultados positivos en este sentido.
El desarrollo de las culturas y de las lenguas en el cuadro de una civilización común; la libertad de trabajo y de movimiento del hombre sobre la tierra, son también objetivos típicos del mundo contemporáneo.
El universalismo no es, pues, algo puramente teórico o especulativo. No basta con afirmar que todos somos hijos de Adán, que pertenecemos a una misma familia y tenemos un mismo destino sobrenatural.
Estas afirmaciones básicas pueden y deben ser traducidas en un conjunto de realizaciones prácticas que el mundo de hoy espera con impaciencia. Ojalá respondan a ella los cristianos de nuestro tiempo.
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