Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Arma psicológica

 

El Diario Vasco, 1959-03-15

 

      Aunque todavía no nos hayamos dado cuenta de ello, hay algo peor que la bomba atómica, más temible, condenable e inmoral que esto. Me refiero al «arma psicológica», la cual no ataca la integridad física del hombre, sino su equilibrio mental y espiritual.

      Los marxistas no tienen ya la exclusiva de tales procedimientos, eficazmente ensayados por Lenin y Mao Tse Tung en sus respectivas guerras revolucionarias. En algún país de Occidente están funcionando los servicios psicológicos, considerados como un arma más junto a las otras.

      La explotación sistemática de los «reflejos mentales condicionados» del adversario constituye la base de esta nueva técnica de acción militar. Con ello se trata de conducir a los cerebros enemigos a la «persuasión», introduciendo en ellos «ideas fuerza», capaces de destruir sus mismas convicciones. En otros casos la finalidad del tratamiento es la de reforzar «el entusiasmo y la convicción» de los propios combatientes.

      Se ha demostrado que los «slogan» repetidos, martilleando fuertemente la cabeza de pobres hombres colocados en situación de inferioridad física o moral, acaban por crear un sistema de reflejos serviles con relación a una causa cualquiera.

      Se trata con estos procedimientos de realizar la guerra total: el objetivo no es ya un territorio o unas posiciones, sino el hombre mismo «en su corazón y en su espíritu», según reza una «instrucción» que veo criticada en la revista «Études». Los países técnicamente más adelantados pueden caer fácilmente en la tentación de aplicar estos métodos de acción psicológica a los pueblos subdesarrollados, como un medio moderno de conquista o de integración.

      Los defensores de la violencia se mostrarán, quizás, extrañados de que algunos moralistas como los PP. Beirnaert y De Soras intenten poner reparos a los nuevos procedimientos: «Si es lícito arrancarle a un hombre la cabeza de un cañonazo, ¿cómo no lo será el hacerle un lavado de cerebro?».

      Esta suposición es una atrocidad monstruosa. Es mucho menos malo arrancarle a un hombre la cabeza que cambiársela por dentro contra su voluntad y dignidad. No puede tolerarse que la guerra penetre en el dominio de la conciencia y que determinados resortes mentales sean utilizados para retorcer el espíritu y destruir la libertad personal de un ser humano.

      Después de haber criticado tan acerbamente los «terrores de la inquisición» nos encontramos ahora con que en pleno siglo XX gentes que se tienen a sí mismas por civilizadas, no vacilan en aplicar recursos más terroríficos y depresivos aún para la dignidad humana que el potro o las cadenas, y esto, además, en defensa de causas dudosas o de justificación muy discutible.

      No sabemos a dónde pueden llevarnos los expertos de la guerra psicológica. Confiamos en que los que las propugnan no tarden en convencerse de que las mismas armas que tratan de emplear pueden volverse fácilmente contra ellos y contra los valores que quieren sostener. En particular pretender la civilización cristiana recurriendo a las tácticas de coacción mental, es el mayor contrasentido y la más grande atrocidad que jamás se haya podido inventar.

 

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