Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Soledad y comunidad
El Diario Vasco, 1959-01-04
La posibilidad de aislarse, de vivir uno su propia vida independiente de los demás, es ilusoria, o por lo menos bastante más ilusoria de lo que creemos. Cuando suponemos estar solos nos hallamos en realidad en compañÃa de otros muchos seres, cuyas existencias se tejieron juntamente con la nuestra. Cada hombre es una encrucijada de vidas humanas: nadie se encuentra solo del todo, nadie es capaz de construirse una vida enteramente separada de los demás; nadie es un puro «yo»; todos estamos insertos en un «nosotros».
Un coro de voces humanas canta en el interior de cada conciencia. Son las voces de los antepasados que vibran en la sangre y las de los coetáneos que entraron en las esferas misteriosas de nuestros afectos.
A menudo, cuando creemos improvisar, no hacemos sino repetir algo que habÃamos oÃdo y que ha quedado latiendo en nuestra interioridad. Nadie es enteramente original.
Innumerables reminiscencias se agitan dentro de cada alma, para bien o para mal suyo. Hay una mutua y constante fecundación de las inteligencias, la cual se opera en la conversación y en la lectura de los autores preferidos. Leer es muchas veces sintonizar con otro espÃritu muy afÃn, recibir de él fuerte carga de ideas y de afectos. A veces creemos haber hecho un descubrimiento; pero si analizásemos bien el contenido de nuestra mente, percibirÃamos nuestra solidaridad con otras mentes, que habian depositado en la nuestra su semilla.
Cabe ciertamente la originalidad, pero en un grado mucho más pequeño de lo que uno mismo se figura. Aunque nuestra aportación personal sea una especie de infinitésimo, todo el que tenga conciencia de haber hecho algo útil y positivo, de haber aportado algo al patrimonio de la Humanidad, puede sentirse orgulloso de ello. Otros hombres recogerán su obra y harán que siga desarrollándose en el porvenir. Ningún acto de buena voluntad se pierde. Ningún pecado queda tampoco sin su correspondiente rastro.
Existen multitud de cosas importantes que son obra común de la Humanidad, las cuales se realizan al margen de los ámbitos nacionales o por encima de éstos. La ciencia, la técnica, el arte y la cultura —en lo que tienen de universal—, la creencia y la vida religiosa, pertenecen al acerbo del género humano, y a su realización contribuyeron gentes de espÃritu universal, generaciones y generaciones de hombres sin preocupación de nacionalidad, de raza o de patria, que se pierden en la noche del pasado, donde se borra incluso la traza de las actuales naciones.
Artistas, hombres de ciencia, apóstoles y santos lucharon infatigablemente para acumular estas riquezas espirituales, intelectuales y materiales en favor de la Humanidad.
¿Con qué derecho pretenderÃa nadie encerrarlas en el ámbito de un Estado o de una nación determinados o manejarlas en favor de uno de ellos?
Este conjunto de cosas que necesariamente deben ser vividas en común por todos los hombres, que no pueden ser parceladas o acotadas, porque esto equivaldrÃa a destruirlas, constituyen el bien común supranacional de la Humanidad. Un bien auténtico, de naturaleza genuinamente moral, por el cual vale la pena sacrificarse y al que deben subordinarse todos los bienes particulares incluso el bien de la propia patria.
Si en lugar de atizar los rencores históricos y las incomprensiones tradicionales cada hombre se aplicase a tratar de comprender, de poner el amor allà donde reina el odio, se avanzarÃa mucho en el camino de la formación de una conciencia supranacional que hoy tropieza con enormes obstáculos.
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