Karlos Santamaria eta haren idazlanak
La verdad imprudente
El Diario Vasco, 1958-09-07
«La exageración es la manera de mentir de las personas honradas», dice monsieur de Maistre por boca de uno de los interlocutores de sus famosas «Veladas de San Petersburgo».
Es muy ingeniosa esta frase del gran pensador reaccionario. La verdad, o, más bien, el acto de expresarla, tiene en efecto su justo medio, como toda virtud moral.
La verdad hay que decirla de modo oportuno y cuando sea oportuno: «Quando eportet et secundum quod oportet», según la conocida sentencia del Aquinense. Quien miente, peca contra la veracidad. Quien afirma lo que es verdadero, pero lo hace inoportunamente, peca contra la prudencia.
Junto a la mentira hay que colocar, pues, no sólo la exageración, como quiere Javier de Maistre, sino también lo que yo llamarÃa aquà la «verdad imprudente».
Esta teorÃa de la «verdad imprudente» está hoy muy desarrollada entre nosotros y se la emplea, a veces, para justificar extraños silencios en torno a verdades que acaso debieran proclamarse en voz muy alta. «Esto es verdad, pero no es prudente que se diga». La actitud que revela esta frase es justa: la verdad hay que paliarla, atenuarla y callarla, a menudo, para no producir males. En una sociedad de ángeles toda verdad podrÃa y deberÃa decirse. pero no asà en una sociedad de hombres, que es, en cierto modo, una sociedad empecatada, en la cual lo que hasta de suyo es buena cosa, como la verdad, puede producir efectos nocivos.
Tal actitud no deberÃa ser, sin embargo, exagerada. La comodidad y la pereza se visten a menudo de prudencia.
Es curioso observar que la situación moral de la sociedad humana viene reflejada en cierto modo en su capacidad para recibir la verdad. «Vino la Verdad a los suyos y los suyos no la recibieron». Mala la situación del hombre que no puede recibir la verdad.
Cuanto más extensa es el área de las «verdades imprudentes», es decir, cuantas menos verdades pueden decirse a un pueblo, tanto más grave y delicada se revela la salud moral de éste.
Pueblo fuerte, el que puede mirar la verdad cara a cara como parece que mira al Sol el cóndor andino. Pueblo enfermo y débil, el que necesita ser alimentado con papilla de verdad, pequeñas verdades «ad usum Delphini», porque la verdad cruda, la verdad entera y completa serÃa para él un plato demasiado pesado.
«La verdad es lo más grande que puede obtener el hombre, el don más sublime que puede concederle la Divinidad», dice Plutarco en su pequeño libro, tan curioso como instructivo, acerca de Isis y Osiris.
De buen gobierno es —y aquà viene la moraleja de este «Aspectos»—, de buen gobierno es el procurar que el número de las «verdades imprudentes» se reduzca al mÃnimo y que gracias a la educación polÃtica de la gente todo lo que sea verdad pueda decirse sin miedo a herir la conciencia de nadie.
Que no haya necesidad de dorar la verdad pública, que es pÃldora que todos deberÃamos ingerir sin demasiado riesgo.
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