Karlos Santamaria eta haren idazlanak
El trabajo
El Diario Vasco, 1958-06-01
El trabajo, la actividad laboriosa del hombre y los problemas de todo orden que ésta plantea, suscitan hoy interés en todas partes y son motivo de indagaciones serias e importantes.
Marx tuvo el mérito de introducir el trabajo entre los grandes temas de la reflexión filosófica. Para él, el trabajo es una función esencial, una «categorÃa» del ser humano, la relación normal entre la Naturaleza y el hombre, el medio de realización de la potencia transformadora que en éste se encierra. Mediante el trabajo, el hombre, especie de demiurgo, modifica continuamente el mundo y puede incluso alterar su propia condición natural.
Estas ideas de Marx sobre el trabajo llevan dentro de sà una fuerte carga inmanentista. El mundo es un fin en sÃ; no existe nada por encima de él ni fuera de él. Toda la actividad humana debe desembocar ahà y no cabe señalarle fin ultramundano alguno.
También el monismo marxista pesa notablemente en esta teorÃa; en el fondo, para Marx, el hombre no es sino una parte de la Naturaleza; la materia y el espÃritu deben ser considerados como aspectos distintos de una única realidad.
Frente a la filosofÃa materialista del trabajo se construye hoy una filosofÃa personalista del trabajo. Es cierto que a este propósito se opone cierto intelectualismo trasnochado que parece no querer mancharse descendiendo a tema tan pedestre. Repasar las obras de nuestros intelectuales y comprenderéis el poco interés que el tema del trabajo despierta en ellos. En el fondo queda latente en sus espÃritus la idea de que el trabajo es una desagradable necesidad, una forma de esclavitud que la vida nos impone, o, acaso, un simple castigo.
La filosofÃa personalista del trabajo parte de unos principios muy distintos que los del materialismo dialéctico, si bien en algunos puntos podrÃa llegar a consecuencias análogas a las de éste.
El hombre, materia y espÃritu, cuerpo y alma, es portador de una personalidad. Esto significa que conduce sus propios actos libremente, siempre más allá, siempre hacia un destino ulterior.
El trabajo es, pues, la manifestación creadora de la voluntad de un ser libre. Pero la acción transformadora del hombre no es ilimitada; se encuentra ante un mundo que no ha sido hecho por él, sometido a unas leyes que él no puede modificar, religado a una existencia que él no ha fabricado.
En el trabajo hay la parte de la materia y la parte del espÃritu; ningún trabajo humano es exclusivamente manual, ninguno tampoco es exclusivamente intelectual.
En el trabajo existe la parte de la indigencia: el desgaste, la fatiga, y un aspecto de frustración y de imperfección que parece inherente a todo acto humano. Pero existe también la parte de la superabundancia, la contribución a una acción inteligente, constructiva y, en cierto modo, re-creadora del mundo.
En el trabajo hay además una comunicación de bienes de todas clases. El trabajo religa al hombre con la sociedad; le sitúa en una comunidad de seres libres semejantes a él.
Hemos llegado a un tiempo en que felizmente el trabajo encuentra una valoración adecuada. Quiérase o no, nos encontramos ante una «civilización del trabajo» en la que el ser trabajador no constituye ya ningún desdoro ni revela una condición inferior. Al contrario, el hombre que no trabaja, estando en condiciones de hacerlo, puede ser visto con desprecio por los demás.
Es justo que, en medio del duro quehacer que la circunstancia económica nos impone, todos los que trabajamos, sea cual sea el útil o herramienta con que lo hagamos, nos sintamos orgullosos y contentos de ser esto: trabajadores.
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