Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Día de la paz
El Diario Vasco, 1958-05-18
El Movimiento Católico Internacional por la Paz celebra hoy en varios países de Europa el Día de la Paz. También en nuestra ciudad tendrán lugar algunos actos públicos, modestos y poco aparatosos, pero llenos de sentido y de intención, que bien merecen un comentario en estas columnas.
El día de la Paz tiene fundamentalmente un aspecto religioso: en varias diócesis europeas los prelados han invitado a los fieles a elevar sus plegarias privadas y públicas este día para el logro de ese bien de inestimable valor que es la paz. Un dato interesante es que la Federación protestante de Francia se ha unido espontáneamente a esta iniciativa católica y ha recomendado a sus miembros que consagren también el domingo 18 de mayo a la oración por la paz y particularmente por la paz en África del Norte.
Aparte del aspecto estrictamente religioso y espiritual, se trata en dicha jornada de atraer el interés de la gente hacia esta idea; la paz es un bien muy deseable, pero para lograrlo no bastan las buenas intenciones; hay que preparar la paz mediante un trabajo de educación de las conciencias y de formación de una opinión pública pacífica en todo el mundo.
El Papa ha hablado en más de una ocasión de la necesidad de «reeducar a los hombres» en el sentido de una solidaridad humana mucho mayor que la actual. Este es el trabajo que realiza el Movimiento Pax Christi.
Y hay todavía algo más que esto; como la verdadera paz es, según el viejo aforismo, obra de justicia, para lograrla hay que atacar las mil formas de la injusticia en que se vive y acabar con ellas dentro de lo posible. Una paz sin justicia no es sino una apariencia de paz.
Se nos dirá que este propósito es utópico, que nunca llegará a reinar la justicia en este mundo y que por tanto nuestros sueños de paz no son sino eso, sueños.
Reconociendo que, dada la situación existencial del hombre tal como nos la revela nuestra propia experiencia, es ilusorio suponer que las relaciones humanas lleguen nunca a establecerse dentro de un sistema de perfecto equilibrio moral y que ha de haber siempre abusos de unos hombres sobre otros hombres, hemos de insistir sin embargo en la idea de que la marea de la injusticia debe ser reducida y que puede serlo —y en realidad lo es constantemente— en la medida en que haya personas, pocas o muchas, dispuestas a proceder con un genuino espíritu de justicia.
El verdadero concepto de la paz no es, por tanto, el de una «paz mágica», que haya de alcanzarse un buen día como por arte de birlibirloque, sino el de una paz justa, que es necesario lograr con el esfuerzo de cada día, que hay que preparar de antemano mediante una labor tenaz, de renovación de la atmósfera moral del mundo.
La frase de San Francisco de Asís «A donde haya odio pago yo el amor», es un excelente programa para todo el que lleve dentro de sí una vocación cristiana. Y, claro está, que no se trata de salir por ahí «cantando aleluyas» envueltas en angelicales vestes blancas ni de invitar a los hombres a que se abracen unos a otros en un movimiento de generosa efusión, sino de hacer de modo que el amor sea puesto en juego de una manera efectiva y realizadora. Un amor que se traduzca en obras y un espíritu de justicia que se exprese en realidades; he ahí la verdadera preparación de la paz.
Los romanos decían desde muy antiguo: «Si quieres la paz, prepara la guerra». Es un principio muy ladino y que tiene su parte de verdad. Los Estados más poderosos vienen aplicándolo desde hace siglos y nunca han cesado de preparar la guerra. Mas no por eso el mundo ha conocido la paz.
Ha llegado la hora de preguntarse si no habría que reemplazar el principio latino por este otro más cristiano y seguramente más razonable: «Si quieres la paz, prepara la paz».
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