Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Problematismo
El Diario Vasco, 1958-02-16
Dime cuál es tu problema y te diré quién eres. Los hombres, como los pueblos, valen lo que vale su propia problemática. Existencia ruin: problemas ruines. Existencia enorme: problemas enormes.
Cuando se quiere conocer a un hombre, lo mismo que cuando se llega a un paÃs desconocido —todo hombre es, al fin y al cabo, un paÃs desconocido—, lo primero que hay que hacer es interrogarle, o interrogar a las gentes, acerca de esto: «Y usted —o ustedes— ¿qué problema tiene?». Entonces podremos calificarle con exactitud y saber los puntos que calza.
Cualquier ciudadano se sentirá desconcertado ante una cuestión como ésta. Algunos creerán lo más oportuno darnos cuenta de toda una serie de dificultades minúsculas. Pero pronto caerán en la cuenta de que la pregunta que nosotros habÃamos formulado iba mucho más lejos.
Hay hombres a-problemáticos, hombres de afirmaciones, que nunca se interrogaron a sà mismos sobre nada importante: se limitaron a aceptar las verdades confeccionadas por las generaciones anteriores, como en los almacenes de ropa hecha.
Para ellos la felicidad de la gente debe consistir en que no haya problema. Como el gran inquisidor de Dostoiewski, están siempre dispuestos a «incautarse de la libertad de los demás» para evitarles el sufrimiento de tener que pensar por sà mismos.
Sin embargo, aquello que primero no ha sido vivido como problema, difÃcilmente podrá serlo luego como solución.
Ortega y Gasset lo ha hecho notar en su teorÃa del hombre masa: las generaciones actuales se han encontrado resueltos muchos problemas y ni siquiera se dan cuenta de que nunca lo hayan sido. No tiene nada de extraño que se sientan despegadas de todo y que una especie de desgana colectiva respecto de los grandes temas del hombre las invada.
Hay que dejar al hombre, y sobre todo al joven, el espacio suficiente para que pueda interrogarse. El defecto de nuestros métodos de educación actuales consiste, acaso, en que aportan muchas soluciones, pero muy poco problema verdadero.
El educador deberÃa fijarse la misma tarea que Sócrates: ayudar al joven a interrogarse sobre su problema, no apresurándose demasiado a ofrecerle una solución.
No me deis jóvenes que sepan responder. Dadme jóvenes que sepan preguntar. Que sepan, sobre todo preguntarse a sà mismos algo que valga la pena.
Yo me atreverÃa a cambiar el método de los exámenes: en adelante no serÃan los catedráticos los que cuestionasen, sino los alumnos. HabrÃan de verse entonces cosas muy buenas. Muchos estudiantes, «loritos empollones», demostrarÃan su perfecta y total ignorancia.
La libertad es la condición necesaria para este género de educación. A primera vista, esto puede parecer muy arriesgado y sobre todo mucho más complicado y difÃcil que la dolencia autoritaria del «magister dixit».
Se halla muy extendida la opinión de que a los jóvenes de hoy se les han dado demasiadas libertades. Yo me permito sin embargo disentir de ella: creo al contrario que los males actuales de la juventud vienen de que se la ha querido aplicar un aparato coercitivo que mata el interés y apaga la curiosidad frente a todo lo problemático de la existencia.
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