Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Ladrido en el vacÃo
El Diario Vasco, 1957-11-17
«Laika» ha muerto. La noticia parece ya segura y no es cosa de ponerse a llorar en un mundo en el que cada dÃa se extinguen millones de personas y millones de ellas padecen sufrimientos peores que la misma muerte, sin que nadie les tenga lástima ni les acompañe con un suspiro.
En las grandes ciudades donde hay brillantes sociedades protectoras de animales y plantas, un hombre puede morir como un perro en medio de la calle sin que nadie se le aproxime. Atender a un herido es misión de la PolicÃa, y mientras ésta no llegue, el transeúnte particular rehuye inútiles complicaciones. El caso se da con más frecuencia en los paÃses nórdicos y supercivilizados, y hay quien lo ha comprobado con horror en las avenidas de Nueva York o de Washington. Pero ocurre también en nuestros paÃses meridionales, más dados a la cordialidad y a la comprensión. Yo mismo he pasado por los bulevares de alguna gran ciudad junto a hombres totalmente exhaustos, tumbados en el suelo a temperaturas bajo cero, sin inclinarme siquiera para dirigirles una mirada, con el gesto distraÃdo del viandante bien vestido y bien alimentado que no quiere saber nada de la miseria ajena.
El corazón del hombre «civilizado» es duro como el diamante. En esto sigue el consejo de Nietzsche.
A pesar de todo, «Laika» pasará a la Historia, porque es el primer ser de origen terráqueo que muere en el espacio intersideral.
Con su alma animal, ¿pudo darse cuenta de su terrible situación, de su terrible abandono? Yo me pregunto, sobre todo, si ladró. Si lanzó uno de esos quejidos que el animal acosado emite como una llamada de socorro, dirigida no se sabe a quién, como un grito de la naturaleza que clama donde le duele.
Un ladrido condenado a apagarse en el vacÃo del espacio sin aire, que ningún ser terráqueo, hombre o animal, podÃa oÃr.
La perra «Laika» me hace recordar al hombre tal como lo ven los existencialistas. El hombre lanzado a la existencia, arrojado a ella como una especie de basura cósmica. Nuestros gritos, nuestros ayes, ¿no los escuchará nadie? Nosotros, que tenemos conciencia de que existimos, ¿habremos sido parachutados de un modo despiadado por algún genio maléfico y mil veces odioso al espacio de la vida? La respuesta de la fe es que no. Es que estamos en las manos grandes y suaves del Padre.
Y la muerte de la perra «Laika», con ser un suceso natural e insignificante, no ha pasado desapercibida a su mirada. Como no lo ha pasado tampoco el intento de esos hombres de la tierra que pretenden ir a la Luna. «¿No se venden dos gorriones por un real? Pues ni siquiera uno de ellos cae sin que el Padre lo disponga».
«Le silence éternelle de ces espaces infinis m'efraie», decÃa Pascal.
Ahora, el silencio eterno de los espacios vacÃos habrá sido alterado, acaso, por un extraño ruido. Por un ladrido misterioso que también, a su manera, va dirigido a Dios.
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