Karlos Santamaria eta haren idazlanak
La Bella durmiente
El Diario Vasco, 1957-10-13
Un lector me manifiesta su desilusión por mi último «Aspectos». Trataba yo de mostrar en aquel artÃculo la curiosa y significativa anfibologÃa que en torno al término «democracia» se está produciendo hoy. Contra lo que supone mi comunicante, no existÃa en mà el menor propósito de insinuar una posición favorable a cierta forma especiosa y propiamente espuria de democracia.
No siempre resulta fácil decir lo que se piensa. Unas veces porque la palabra no alcanza a extraer la raÃz de la idea de lo hondo del pensamiento y éste queda balbuciente. Otras, porque las limitaciones de expresión, caracterÃsticas de una sociedad como la nuestra, nos impiden, a menudo, el llamar a las cosas por sus nombres y nos obligan, con excesiva frecuencia, a un empleo abusivo del eufemismo y el circunloquio. Esto retuerce y desfigura la esencia del propio pensamiento.
Cabe el recurso de callarse, sabio y prudente recurso, que siempre dio cómodos resultados a los que lo emplearon, por aquello de que en boca cerrada no entran moscas.
Pero, ¿qué serÃa de nosotros si los que aún siguen cultivando el funesto y alucinante vicio de pensar guardasen para sà mismos el fruto de sus meditaciones?
Yo he creÃdo realizar una buena obra tratando en mis «Aspectos» de hacerle algunas discretas cosquillas a la opinión pública, la Bella durmiente del palacio encantado. Pero hay quienes entienden que convendrÃa más dejarla dormir, porque, al fin y al cabo, su presencia «no es absolutamente necesaria y la tal princesita resulta, en ocasiones, algo incómoda y difÃcil de gobernar».
Empresa temeraria esta de querer despertar a la princesa intentando decir «cosas» en una columna de Prensa española.
Una experiencia estadÃstica que yo he ido realizando diariamente y que está al alcance de cualquier observador, prueba que la inmensa mayorÃa de los lectores de periódicos fija principalmente su mirada y su atención en las páginas dedicadas a los deportes. (El porcentaje de información deportiva más elevado de toda la Prensa europea).
Desengañémonos: lo que verdaderamente interesa hoy en nuestro paÃs, lo que interesa y apasiona, es la quiniela del domingo.
(LÃbreme Dios de inquirir las causas de estos fenómenos; yo me limito a consignarlos).
Pero esto no es lo peor. Quedan aún los convencionalismos y cortapisas de una sociedad legalmente y sociológicamente severa para la manifestación pública del pensamiento. La necesidad de limar y pulir la expresión hasta lo infinito, para no herir susceptibilidades importantes, obliga al escritor que realmente tiene deseos de decir «algo» —nadie ignora que se puede escribir más que el Tostado sin decir absolutamente nada— a un trabajo molesto y fatigante y no es raro verle perder la moral y caen en ese fatÃdico «¡qué más da!» que a tantos hombres de valÃa ha hundido en el limbo tenebroso de la rutina.
Referirse, en estas condiciones, a temas que a mà me parecen vivos, de filosofÃa polÃtica —de un modo bien modesto y tangencial, por cierto—, es, en verdad, una locura y uno no puede quejarse si no es siempre bien leÃdo ni bien interpretado.
«E pur si muove». ¡Nunca me pesará el haberlo hecho!
En el infierno del Dante hay un lugar para los tibios, para los que entonaron a coro el «¡qué más da!». Se encuentra, si mal no recuerdo, en un corredor olvidado, junto a la fatÃdica puerta que jamás vuelve a ser traspuesta, y de él se eleva un confuso e ininteligible lamento que nadie es capaz de traducir a humano lenguaje.
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