Karlos Santamaria eta haren idazlanak
J贸venes obreros
El Diario Vasco, 1957-08-18
Nunca podr谩 medirse el da帽o originado por los cat贸licos antisociales. Por causa de 茅stos la clase obrera perdi贸 su fe en el cristianismo y se apart贸 de todo contacto vivo con la Iglesia.
El argumento era obvio y convincente: no pod铆a ser divina una Iglesia que se le presentaba al obrero como el mayor obst谩culo a sus justas pretensiones de elevaci贸n econ贸mica y de dignificaci贸n social y en virtud de cuyos principios se explicaba y justificaba su definitiva condenaci贸n a la miseria.
Al aconsejar a los miserables, resignaci贸n, paciencia y esperanza en la vida futura, ciertas clases dirigentes cat贸licas parec铆an, en efecto, m谩s interesadas en asegurarse sus privilegios y riquezas temporales que en implantar el reino de la justicia. La intensidad con que proclamaban su fidelidad te贸rica a Cristo contrastaba con el empe帽o que pon铆an en ocultar a los dem谩s, y quiz谩s en ocultarse a s铆 mismas, las enormes exigencias de su doctrina moral.
La cr铆tica marxista de la 芦alienaci贸n religiosa禄 encontr贸 as铆 un terreno abierto para la conquista. Se limit贸 a aplicar a los cristianos la t谩ctica aconsejada por Jes煤s a sus disc铆pulos con respecto a los fariseos: 芦No mir茅is lo que ellos dicen, sino lo que ellos hacen禄. Cuanto m谩s alta es la fidelidad proclamada, mayor es el esc谩ndalo de la conducta ego铆sta.
Es cierto que un peque帽o n煤mero de cat贸licos sociales mantuvo una posici贸n clara y se empe帽贸 en probar que la doctrina cristiana de la autoridad y del orden temporal no puede ser en ning煤n caso considerada como una barrera para las leg铆timas reivindicaciones sociales. Los papas se expresaron con claridad meridiana: la Iglesia no acepta la violencia ni el odio de clases, pero exige con firmeza y con urgencia que las relaciones econ贸mico-sociales sean restablecidas sobre la base de una distribuci贸n amplia, equitativa, real y efectiva, de los beneficios del trabajo y del esfuerzo humanos. Esto no bast贸, sin embargo, para contener el cisma interior: al llegar los finales del siglo XIX la apostas铆a de las masas obreras era un hecho patente en casi todo el mundo.
Aquella triste fase de confusi贸n parece hoy casi completamente superada. El cristianismo social ha procurado desenmascarar las conductas falsamente cristianas. Las organizaciones sociales cat贸licas, vencidas las terribles trabas que se opon铆an a su nacimiento en el seno mismo de la Iglesia, se abren paso y hablan un lenguaje que parece nuevo.
No faltan quienes a煤n sue帽an con destruir la obra social, con volver a los antiguos moldes clas铆sticos y autoritarios. Pero su tiempo ha pasado ya, felizmente.
Hoy asistimos al hermoso espect谩culo de una iglesia joven —a pesar de su ancianidad de dos mil a帽os— dispuesta a afrontar con br铆o los tiempos nuevos.
Cien mil j贸venes obreros cat贸licos, de 95 nacionalidades distintas, venidos de todos los continentes, se reunir谩n en Roma el 25 de agosto pr贸ximo en una concentraci贸n gigantesca. Nuestros j贸venes hermanos guipuzcoanos estar谩n all铆 en n煤mero de 350.
Ha llegado la hora en que se puede proclamar, sin asomo de contradicci贸n ni de traici贸n interna, que se es obrero y que se es cat贸lico. Y tambi茅n —lo que no resulta menos importante— que se es cat贸lico y que se es joven.
Oyendo expresarse a algunos, hab铆amos, tal vez, llegado a creer por un momento que esto era imposible.
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