Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Menos «señor» pero más humano

 

El Diario Vasco, 1957-04-07

 

      Una vieja institución está a punto de desaparecer y no seré yo quien lo lamente. Me refiero al servicio doméstico.

      El tema puede parecer trivial e impropio de estas columnas. Cualquier cosa que está en trance de muerte merece, espero, ser considerada con enorme interés porque en cada ser que nace o muere en derredor nuestro, nacemos y morimos también nosotros mismos un poco.

      Con el servicio doméstico desaparece una época de la Historia, una concepción de la vida, un régimen ya extenuado y casi exánime de organización social. El espectáculo de ver morir instituciones no es grato. Hay, en efecto, situaciones que se extinguen majestuosamente con elegancia digna de Melpómene, pero las hay, asimismo, que se ahogan poco a poco en el ridículo de su propia decrepitud, hasta llegar a ser caricatura de sí mismas.

      Â¿Qué queda hoy de la domesticidad de las domésticas?

      La viejas criadas eran verdaderamente «criadas» en la casa, nacidas en ella o unidas, al menos, a ella por seculares vínculos afectivos de familia a familia. Eran como hijas, como hermanas y como madres y esto justificaba plenamente su misión en el hogar.

      Pero la criada moderna es, por lo general, un ser extraño al hogar, incrustado en él artificialmente y sin ninguna clase de lazos afectivos.

      Cicerón y Livio designaban con el nombre de «domestici» a todos los que formaban parte de la casa (domus), incluso los esclavos, criados, amigos, clientes y libertos que vivían en su seno. La familia tenía aún mucho de tribu patriarcal. La casa era todavía algo espacioso, grande e importante en la vida social.

      Hoy se ha reducido en lo físico y en lo moral a dimensiones minúsculas y quién sabe si en esta «chiquitez» no ha ganado en intimidad y en profundidad vital. Nuestras esposas están quizás más cerca de nosotros —¡los pisos son tan pequeños!— y aquellas impresionantes matronas romanas, guardianas del templo del hogar y sacerdotisas de los dioses lares nos resultarían quizás incómodas.

      A medida que las técnicas humanas han ido progresando, las unidades sociales han ido haciéndose más chicas. En la antigüedad, para poder vivir sobre una tierra áspera y hostil, los hombres tenían que formar grandes agrupaciones, en régimen tribual, y, generalmente, poligámico.

      El progreso de la técnica permite al hombre disfrutar de una libertad mucho mayor y cultivar su propia personalidad y originalidad sin verse absorbido por el gregarismo.

      En la sociedad actual se observa que tan pronto como en una región se eleva el nivel de vida, el servicio doméstico tiende a desparecer: nadie quiere «ponerse a servir», todos prefieren la independencia de un hogar propio, de una existencia libre y personal.

      Así, pues, la desaparición del servicio doméstico es un signo de progreso o de mejora de las condiciones generales de vida. Es mal negocio para un país estar en condiciones de «exportar» criadas, pues esto significa que su nivel de vida es inferior al de los que le rodean.

      Sé que estas afirmaciones son discutibles. Algunos se lamentan de la actual situación. Dicen que el ser humano ha perdido tono y calidad que es hoy menos «señor». Puede que esto sea cierto, pero, visto el fenómeno en su conjunto, creo que cabe afirmar que aunque el vivir actual sea menos señor, es, para la generalidad de los hombres, más humano.

 

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