Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Asombro y extrañeza
El Diario Vasco, 1956-07-08
«Vivir es asombrarse de estar en el mundo». RAMIRO DE MAEZTU.
El hombre moderno ha perdido casi por completo la oportunidad y la capacidad de asombrarse.
Este es un hecho más importante de lo que a primera vista parece, pues altera profundamente el equilibrio interior del ser humano.
La extrañeza es el principio de la ciencia; la contemplación admirativa, el premio y el estÃmulo de la investigación.
Como la técnica ha penetrado subrepticiamente en nuestra cultura el positivismo cientÃfico, actitud que excluye toda emotividad intelectual y se concentra en la metódica recolección de hechos y en la fabricación de instrumentos de pensamiento sistemático.
Las matemáticas, por ejemplo, eran antiguamente estudiadas como un saber especulativo, capaz de mostrar la belleza de las formas y de las proporciones, secretamente divinas, del universo. La misma ArmonÃa era considerada como una parte de ellas, cosa lógica, puesto que la música nos ayuda también a descubrir el orden numérico oculto en la Naturaleza. Hoy, en cambio, este aspecto especulativo y, por decirlo asÃ, trascendente, ha quedado relegado. En la concepción y la enseñanza de las matemáticas priva actualmente lo instrumental sobre lo contemplativo, el sentido de la eficacia técnica sobre la obra formativa, y esto explica que dichas ciencias resulten para muchos escolares deformadoras, antihumanas y odiosas.
El hombre de mentalidad positivista se dedica a la rebusca del hecho, lo acorrala, lo aprisiona, lo encasilla. Levanta acta de él con la misma frialdad y la misma indiferencia con que un notario levanta acta de un embargo.
El positivista nunca se admira; se limita a anotar.
El éxtasis admirativo no cabe en su mente, porque desde el momento mismo en qué un hecho se ha producido es porque tenÃa que producirse y en esto no hay nada de sorprendente ni de maravilloso.
Las viejas sabidurÃas culminaban, en cambio, en la admiración. Vemos asà que las reflexiones filosóficas de San AgustÃn se entreveran con exclamaciones, alabanzas y elevaciones que demuestran una auténtica emoción intelectual y religiosa.
Hoy en dÃa nadie se maravilla ya de nada, salvo los niños, los ingenuos y los patanes. Parece como si supiéramos todas las cosas de antemano.
El hombre semi-culto cree estar en antecedentes de todo y si alguna vez se siente sorprendido por la realidad, procura disimularlo, porque su extrañeza revelarÃa ignorancia.
En realidad, todo debiera ser motivo de asombro para el hombre que reflexiona y que lee en el interior de las cosas.
Cada encuentro de un yo pensante consigo mismo, es decir, cada actualización de la conciencia, implica ya una misteriosa revelación. Cada partÃcula del universo es un universo. Nada puede parecer trivial o vulgar a un espÃritu penetrante.
Quien haya perdido esta emotividad intelectual, quien no acierte a percibir que todo es misterio —asombroso misterio— dentro y fuera de nosotros mismos, es incapaz de vivir una vida propiamente humana.
«Vivir es asombrarse de estar en el mundo. Sentirse extraño, lleno de angustia ante la contingencia de dejar de ser», dice Maeztu.
«Para que algo se nos convierta en tema de conocimiento es preciso que antes se nos vuelva problema, y para que esto acontezca, es, a su vez, menester que lo extrañemos, afirma, por su parte, Ortega y Gasset.
El asombro, la extrañeza ante el propio vivir, es el punto de partida de nuestra problemática fundamental.
Sin ello, no cabe construir una filosofÃa, ni cabe tampoco una actitud ingenuamente receptiva de la revelación religiosa.
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