Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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La Semana Teológica de Madrid estudiará la «Teología del Laicado»

 

Ya, 1953-08-18

 

    Las próximas conversaciones de San Sebastián van a ocuparse, en la primera quincena de septiembre, de un tema de mucha actualidad: «La misión de los seglares en la Iglesia». Unos días más tarde la Semana teológica madrileña fijará su atención sobre la «Teología del Laicado». Esta feliz coincidencia ha de permitir que pensadores eclesiásticos y laicos aúnen sus esfuerzos en torno a una preocupación común, que tiene además una importancia vital para la Iglesia de nuestro tiempo. No se trata tanto de plantear el problema del apostolado seglar (la Acción Católica, la participación de los seglares en el apostolado jerárquico), como de analizar el modo específico de estar y de actuar los laicos en la Iglesia.

    La conciencia eclesial de los cristianos, es decir, la conciencia de su inserción activa a la Iglesia, había estado, por desgracia, bastante oscurecida los últimos siglos. Ahora va despertándose lentamente en todas partes y este movimiento se traduce en una incorporación cada vez más dinámica de los católicos a la actividad litúrgica y apostólica de la Iglesia y, en suma, en una intensificación de la vida cristiana en las almas y en los pueblos.

    Los seglares estábamos quizás demasiado acostumbrados a la idea de una adscripción puramente pasiva y receptiva a la Iglesia. La idea de que también a nosotros los laicos nos correspondiese un quehacer o una función en el seno de ella, hubiese parecido a la mayor parte de los católicos de hace cincuenta años casi escandalosa.

    La frase, un tanto irreverente, del filósofo francés Édouard Le Roy «los simples fieles no tienen otro papel que el de los carneros de la Candelaria: se les bendice y se les esquila», revela un estado de opinión inaceptable del que los anticlericales se han aprovechado en muchas ocasiones para atacar a la Iglesia.

    El cardenal Gasquet, a principios de siglo, contaba una anécdota, que el padre Congar recoge en su nuevo libro sobre la «Teología del laicado». Preguntaba un catecúmeno a un sacerdote católico cuál era la posición del laico en su Iglesia. «La posición del laico —contestó el sacerdote— en nuestra Iglesia es doble: ante el altar se pone de rodillas, es su primera posición; frente al púlpito, se sienta; es su segunda posición». El cardenal añade, con su fino humor británico: Se olvidaba de una tercera: «Echar la mano al portamonedas».

 

Un movimiento de renovación

 

    No hace falta decir que el debate se plantea ahora a una altura infinitamente mayor y que el anticlericalismo clásico, nada tiene que ver con el movimiento de renovación que se está produciendo, gracias a Dios, en todas partes.

    Son los propios teólogos los que se afrontan el tema en el plano teológico y tratan de apoyarse en el estado actual de los conocimientos eclesiológicos para discernir los caracteres específicos del laicado, de la santa plebe de Dios, dentro del Cuerpo místico de Cristo.

    A este respecto hay que señalar el importante libro antes citado que ha aparecido, o está a punto de aparecer cuando escribo estas líneas, en las librerías francesas bajo el título «Jalons pour une théologie du laicat». Tanto por el gran acopio de materiales como por las sólidas y profundas reflexiones que contiene, la obra del padre Congar constituye, sin duda, la investigación más completa que hasta ahora se ha llevado a cabo sobre el tema que nos ocupa. En lo sucesivo, este trabajo será uno de los puntos fundamentales de referencia sobre la materia.

    Todo el esfuerzo del insigne dominico tiende en esta obra, a establecer las bases para una caracterización positiva del laicado dentro del Cuerpo místico de Cristo y para superar el punto de vista puramente negativo, desde el cual se consideraba frecuentemente hasta ahora a los seglares. En una perspectiva estrictamente jurídica, el laico sería, en efecto, el simple fiel que no ha recibido potestad ni participación alguna en el poder eclesiástico, ni de jurisdicción ni de orden.

    Pero es evidente que esta definición, de alcance exclusivamente canónico, nada revela sobre los aspectos que nos interesan, y especialmente sobre la parte correspondiente al laicado en la misión que la Iglesia está llamada a desempeñar en el mundo.

 

Los laicos comienzan a sentirse Iglesia

 

    Los seglares que hoy comienzan a sentirse Iglesia y que desean vivamente «eclesializar» su propia actividad profana en el mundo, no querían, sin embargo, «eclericalizar» esa misma acción o ser tenidos por eclesiásticos de segunda o por monjes fracasados. Desearían a toda costa, como es natural, mantener plenamente su personalidad y su vocación mundanas. Si lo característico del monje y del sacerdote consiste en trabajar directa y exclusivamente por la propagación del reino de Dios, por medios típicamente eclesiásticos y espirituales —en la administración de los sacramentos, la plegaria litúrgica, la práctica de los consejos evangélicos en la soledad del claustro—, nuestro papel de seglares debe consistir en interesarnos por las cosas profanas realizando por medio de ellas ese mismo trabajo, pero sin abandonar en ningún aspecto el dominio de la vida humana ordinaria, el de los simples cristianos no especialmente consagrados al servicio divino.

 

Campo de acción del seglar

 

    Nuestro campo natural es la profesión, la ciencia, el arte, la política, la industria, el comercio, la economía. Toda veleidad que nos invitase a apartarnos de él para lanzarnos a un simulacro clerical, sería absurda y en cierto modo ridícula. Constituiría además una deserción, pues la Iglesia, el Cuerpo místico de Cristo, debe penetrar en todos los dominios de la vida humana, y esta penetración en la vida ha de ser llevada a cabo vitalmente —no sólo pensada o sistematizada—. Puede decirse, pues, que el seglar que se entrega al cumplimiento de su deber profesional en el mundo no abandona el ámbito de la Iglesia, ya que él mismo es eclesióforo. Sin el laicado la Iglesia se convertiría en una realidad inacabada o amputada.

    Nuestra misión eclesial es una misión mundana, y al realizarse no dejamos de participar plenamente en la triple realidad de Cristo: Rey, Sacerdote y Profeta.

    Ahora bien: el carácter real [?]

 

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