Karlos Santamaria eta haren idazlanak
¿La eficacia noción sospechosa?
Documentos, 11 zk., 1952
La Iglesia salva. La eficacia salvadora es su suprema y genuina eficacia. Junto a ella, y aunque en un plano distinto, hay también que considerar otra forma de eficacia cristiana: la eficacia temporal. En efecto, la Iglesia no sólo salva al género humano, sino que también, de paso como quien dice, lo civiliza. Medir el alcance y la profundidad de esta eficacia temporal o civilizadora es uno de los intentos que se persigue en este cuaderno.
Ahora bien: la eficacia cristiana no es, en ninguna de esas dos fases, parangonable con la eficacia técnica. En primer término la eficacia cristiana no siempre se revela al exterior, sino que es muchas veces «una eficacia misteriosa fundada sobre el fracaso aparente de unos y el éxito inesperado de otros». Al contrario de lo que ocurre con la eficacia técnica que siempre puede ser contrastada, sujeta a cálculos y comprobaciones o expresada por medio de cifras estadÃsticas.
Hay quienes pretenden exigir cuentas a la Iglesia y que ésta les muestre sus «resultados de veinte siglos». Algo asà como lo que hacÃan los judÃos, que pedÃan milagros a sus profetas y nunca se hartaban. Ahora también se piden maravillas a la Iglesia como condición para creer en ella, pero no ya maravillas taumatúrgicas, sino «milagros técnicos», al estilo de los que realiza la ciencia: «milagros canalizables» en el sentido del progreso histórico. «¿Por qué la Iglesia no acaba con las guerras, las opresiones y las injusticias sociales? Que la Iglesia termine con todo eso y entonces creeremos en ella; pero si es incapaz de hacerlo que nos deje buscar por nuestra cuenta el remedio de nuestros males». Asà arguyen, poco más o menos, ciertos eficacistas de nuestros dÃas. Condicionan, pues, su fe en la Iglesia a la eficacia temporal, técnicamente controlable, de la misma.
En segundo lugar, la Iglesia actúa siempre, tanto cuando salva como cuando civiliza, como una fuerza sobrenatural, porque no puede desprenderse de este carácter sin dejar de ser lo que es. No cabe por tanto encajar su acción en categorÃas humanas. «La eficacia cristiana —nos dice Paul Celier— no es una eficacia humana, sino una eficacia divina y paradójica, que no depende de nuestros esfuerzos ni de nuestros talentos, sino del buen querer de Dios».
Vemos, pues, que eficacia cristiana y eficacia técnica son dos cosas muy distintas y que es fácil engañarse estableciendo, sin más precauciones, un paralelo entre ambas.
Además, los vocablos tiene un gran poder sobre nosotros e insensiblemente nos conducen a dominios a los que no hubiéramos querido dirigirnos. Esto parece hoy más claro que nunca: se empieza hablando de burguesÃa, de liberación del proletariado, de sentido de la historia y de prejuicios clasÃsticos y se termina pensando con inconfundible mentalidad marxista. Se empieza hablando de revelación de la sangre, de inmortalidad histórica, de destino colectivo, y se puede terminar en el más oscuro de los racismos. Las palabras tienen un «pondus» vital que a veces nos arrastra insensiblemente.
La palabra eficacia, tan cargada de tintes técnicos, y a la que modernamente se da una significación netamente utilitarias, ¿no será también una palabra sospechosa, capaz de inducirnos a confusiones lamentables? Paul Celier y Dom Claude Nesmy nos indican este riesgo y sus reparos no son simples escrúpulos semánticos, sino que encierran, a mi entender, una objeción importante, una objeción de fondo.
Aceptando, sin más ni más, la palabra y el concepto de eficacia, tal como nos los ofrece el mundo de hoy y tratando de encajarlos en nuestro vocabulario y en nuestra concepción cristiana de la vida nos exponemos, acaso a lamentables equÃvocos. Debemos, pues, atender las indicaciones de nuestros amigos «anti-eficacistas» que, desde el primer momento se ponen en guardia, recelando que tras esa moderna y atractiva noción de eficacia puedan agazaparse ideas anticristianas por completo opuestas a la esencia misma del Mensaje evangélico.
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