Karlos Santamaria eta haren idazlanak
Máquina y espiritualismo
Documentos, 9 zk., 1951
«El gran problema de hoy es someter a la máquina, ponerla al servicio del hombre». Esta enorme paradoja es la principal preocupación de todos los pensadores espirituales de nuestro tiempo.
El materialismo de ahora no es, en su esencia, distinto del de otros siglos, pero tiene a su servicio una fuerza muy poderosa: la máquina. (Claro está que cuando decimos la máquina queremos referirnos a ese gigantesco haz de energÃas y de fuerzas domesticadas por el hombre moderno bajo diversÃsimas formas artificiales).
En la lucha del hombre con lo humano la máquina no es imparcial: se va con los suyos, tiende a inclinarse en favor de la materia. Los materialistas encuentran en ella una poderosa aliada, un fuerte argumento. ¿El hombre es algo más que una máquina más perfecta que las otras? ¿No le basta al hombre con ser la máquina suprema, el rey de todas las máquinas?...
No. No le basta.
Nos revolveremos siempre contra la idea de ser una máquina más o menos compleja, nos resistiremos tenazmente a que se nos reduzca a un puro circuito electrónico.
Pero hay que reconocer que la máquina crea muchas dificultades al pensamiento espiritualista porque produce un clima espeso en el que cuesta trabajo descubrir la realidad del espÃritu. «Actualmente —dice Berdiaeff— hacen falta grandes esfuerzos para creer no sólo en Dios sino hasta en el espÃritu».
La máquina nos obliga a vivir a un ritmo inhumano, nos conduce a donde no quisiéramos ir, nos intoxica con ese horrible veneno que se llama la prisa.
Nos vemos forzado a consumir lo que la máquina produce: si no lo hacemos, la superproducción nos ahoga y se producen trastornos económicos que son el azote de la humanidad. (En la Edad media se conocieron el hambre y la peste, pero ¿quién pudo soñar que un dÃa habrÃa crisis de superproducción?).
La moral nueva, la moral de la producción, nos obliga a pedalear incansablemente para que la máquina no se detenga, a consumirnos para que el horno no se apague.
El mismo Estado se maquiniza más y más. Se convierte en un monstruo inhumano, en un gigantesco aparato que nos martiriza el alma. No sabemos lo que puede ocurrir cuando la maquinización del Estado llegue a su máximo desarrollo: el Estado automático, convertido en un circuito gigantesco, un tinglado de fichas electrónicas, será la más odiosa bestia apocalÃptica que nadie pudiera imaginar. Afortunadamente nuestra generación no conocerá este Moloch maquinizado.
Para mà lo importante es buscar el espÃritu bajo toda esa espesa capa paquidérmica. La máquina es buena; sólo un poco rebelde. Pero si el hombre acierta a educarla puede ser una fiel servidora del espÃritu.
Hacer que la máquina se someta al hombre es como hacer que el hombre se someta al espÃritu.
Esto nos obliga a revisar el concepto de hombre.
Asà ocurre que el primer beneficio indirecto que la máquina ha proporcionado al hombre es el de que tenga que interrogarse a sà mismo para preguntarse quién es. Esta misma cuestión se la planteó sin duda el hombre prehistórico. Un dÃa se dijo a sà mismo: «¿Soy una bestia más?». (El trato con la bestia estaba entonces al orden del dÃa y puede decirse que el hombre convivÃa con la bestia hasta el punto de que ésta era como su hermana natural).
Ahora, ante la máquina, el hombre se pregunta: «¿Soy yo una máquina más?». Esto significa que está en trance de redescubrir el espÃritu.
Cuando asà sea, la máquina habrá vuelto a ocupar su puesto en la jerarquÃa de los valores humanos. Pero antes habrán de librarse batallas muy crudas, porque el materialismo no se dejará arrancar tan fácilmente la presa.
Por el momento la situación de los espiritualistas es bastante molesta. (La máquina campea al Este y al Oeste. El maquinismo occidental no es menos repugnante que el del otro lado del telón de acero). Mala hora para los poetas. De todos los defensores del espÃritu, los poetas son, sin duda, los más débiles. La máquina los barre de mala manera y está a punto de acabar con ellos.
Pero los poetas no están solos. Junto a ellos están los mÃsticos, cuya capacidad de resistencia es mayor. Yo me alinearé siempre junto a los mÃsticos, dispuesto a defender Ãvila contra Hollywood. Ãvila, con sus murallas, es el castillo interior, es el espÃritu que se defiende.
Luego saldrá de nuevo a conquistar el mundo.
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