Carlos Santamaría y su obra escrita
Índice
CapÃtulo I.—La intervención de la Iglesia en la polÃtica
I.2. Conflictos de tipo clásico
I.3. Un nuevo estilo de relaciones polÃtico-eclesiásticas
I.4. Conflictos y tensiones de nuevo estilo
I.6. Conflictos en procesos de secularización avanzados
I.7. La estrategia mundial de la Iglesia
CapÃtulo II.—Acusaciones contra la iglesia
II.1. Pares de acusaciones contrapuestas
II.2. La Iglesia se ha hecho revolucionaria
II.3. Indiferencia, oportunismo e infeudación
II.4. La Iglesia, potencia extranjera y beligerante
II.5. Mixtificación y armonismo
CapÃtulo III.—El planteamiento teórico del problema
III.1. Los principales teóricos
III.2. El principio de no-intervención
III.3. El principio de la autonomÃa de lo profano
III.4. El principio de la obediencia a la autoridad
III.5. El principio de intervención
III.6. El principio de encarnación
CapÃtulo IV.—De los principios a la realidad
IV.1. La Iglesia no es indefectible
IV.2. Prudencia, polÃtica y eficacia
IV.3. Complejidad de la Iglesia
IV.4. Cuatro planes de la acción «polÃtica» de la Iglesia
IV.5. Los curas y la polÃtica
IV.6. ¿Qué es hacer polÃtica?
IV.7. Los seglares y la polÃtica
CapÃtulo V.— La polÃtica de la Iglesia
Prefacio
La frase que sirve de tÃtulo a este libro, «la Iglesia hace polÃtica», es un tanto chocante, y chocará, sin duda, en los oÃdos de más de uno de nuestros lectores.
Parece, en efecto, contradecir, al menos formalmente, el primero y más conocido de los principios que —según la doctrina de la propia Iglesia— deben regir sus relaciones con el mundo polÃtico: la Iglesia no hace polÃtica, no interviene en las luchas de los partidos, ni pretende inmiscuirse en las decisiones de los gobiernos. Respeta escrupulosamente la independencia del poder civil y la autonomÃa de lo profano.
Este es el que pudiéramos llamar principio de no-intervención de la Iglesia en la vida polÃtica, principio incesantemente repetido por el magisterio eclesiástico en los tiempos modernos, cada vez que el mismo ha tenido o tiene que ocuparse de asuntos que afectan al orden temporal.
Sin embargo, este principio no agota el tema, no expresa por sà solo la totalidad de la postura de la Iglesia. Hay una segunda parte, un segundo principio, también afirmado por la Iglesia y quizá más importante aún que el primero, al que podrÃamos llamar principio de intervención. Este principio es el que hacÃa afirmar a PÃo X, en su alocución pastoral del 9 de noviembre de 1903, que el Papa debe ocuparse necesariamente de polÃtica, «incluso aunque esto extrañe o moleste a algunas personas», puesto que «no tiene derecho a desvincular los asuntos polÃticos del dominio de la fe y de las costumbres». Es el mismo principio que PÃo XII formulaba en 1951, al decir que «la Iglesia no conoce la neutralidad polÃtica en el sentido en que suele aplicarse este término a los poderes terrestres», ya que «Dios no es nunca neutral respecto a los acontecimientos humanos, ni frente a la Historia, y, por tanto, la Iglesia no puede serlo tampoco». El mismo que Juan XXIII y Pablo VI han recordado en diferentes ocasiones en estos últimos tiempos conciliares.
Ahora bien, la presencia de estos dos principios, dialécticamente contradictorios, da lugar a que la doctrina de la Iglesia sobre la polÃtica adopte la estructura lógica de un «no, pero sû. La Iglesia no interviene en polÃtica, pero sà lo hace, y debe hacerlo (por sus propios medios, que son los del magisterio y la pastoral), cada vez que está comprometido el mensaje evangélico en su doble vertiente espiritual y temporal, y, en particular, siempre que asà lo exijan la defensa de la moral cristiana, la libertad de la persona humana, la paz y la justicia de los pueblos.
Este «no, pero sû resulta, sin embargo, algo equÃvoco y produce, en muchas personas, la impresión de que la Iglesia realiza respecto de la polÃtica una especie de «juego doble». HarÃa falta —dicen— una mayor claridad, un no o un sà rotundo y sin complicaciones.
Puestos a elegir entre los dos extremos, nosotros preferirÃamos en todo caso el segundo, el sÃ, mejor que el no, pues es ahà donde está condensada la sustancia positiva de la doctrina.
Nada impedirÃa, de acuerdo con las severas exigencias de la más formal de las lógicas, que el «no, pero sû fuese transformado en un «sÃ, pero no», que en el fondo vendrÃa a decir lo mismo, e incluso en un simple «sû que hiciera pasar el principio de no-intervención a la posición subordinada que realmente le corresponde.
Algo de esto es lo que queremos hacer en este libro. Lejos, muy lejos, de toda concepción teocrática o clerical, queremos invertir la dialéctica usual de este asunto. La frase «la Iglesia hace polÃtica» no es, por tanto, para nosotros una simple paradoja, una boutade o un tÃtulo publicitario para atraer curiosos; ni tampoco una frase contestataria, una acusación contra la Iglesia porque se mete en polÃtica. Lo que queremos decir lo expresa correctamente y sencillamente hace polÃtica» no es, por tanto, para nosotros, polÃtico-eclesiástico español es conveniente que se diga precisamente en esos términos.
Pero la frase en cuestión no ha sido inventada por nosotros, ni ha sido fabricada ad hoc. En realidad no es nuestra, se la hemos «robado» a un obispo francés llamado Huyghe, obispo de Arras, y conviene que expliquemos al lector en este breve prefacio la circunstancia en que fue utilizada por él.
Esto ocurrió precisamente en un momento en el que la actitud del obispo habÃa creado cierta tensión polÃtica; uno de los varios episodios que caracterizan a lo que alguno ha llamado la «segunda separación» de la Iglesia y el Estado en Francia.
A principios de marzo de 1972, M. Chaban-Delmas, entonces primer ministro del Gobierno francés, visitaba el norte de Francia para tratar de afrontar la grave crisis social. Algunas fábricas se habÃan cerrado y miles de trabajadores se hallaban despedidos, lo cual creaba inquietud en las clases obreras, mientras el conflicto empezaba a extenderse por solidaridad. Y he aquà que el mismo dÃa en que Chaban-Delmas llegaba al paÃs, el obispo de Arras manda leer en todas las iglesias de su diócesis un comunicado en el que se hace solidario de la acción emprendida por algunas organizaciones cristianas en defensa del «derecho al empleo», denunciando «la violencia de que son vÃctimas dos mil doscientos trabajadores de la industria quÃmica y de sus familias» amenazados de despido con indemnización, paro o traslado.
La coincidencia de este comunicado episcopal con la presencia del primer ministro fue inmediatamente considerada como una intromisión, un gesto polÃtico, con el que se creaban dificultades al Gobierno al ponerse el obispo del lado de los obreros. Gesto poco comprensible, decÃan algunos periódicos —mientras otros aplaudÃan—, en una situación de armonÃa entre la Iglesia y el Estado como la que existÃa en la Francia de De Gaulle.
Para responder a los ataques y justificar su postura, Mons. Huyghe publicó entonces un artÃculo en su BoletÃn diocesano. Cogiendo, como suele decirse, el toro por los cuernos, el obispo de Arras eligió precisamente como tÃtulo de este artÃculo el mismo que venimos comentando: «L'Église fait de la politique».
Tras establecer algunos puntos de doctrina, el obispo asumÃa la plena responsabilidad de su postura. «No quiero —decÃa— rehuÃr la cuestión que se me plantea a mà personalmente. ¿He hecho yo polÃtica? SÃ. He realizado un gesto social y, a mi entender, también evangélico, y las circunstancias han dado a este gesto un alcance polÃtico. ¿PodÃa yo dejar de estar al lado de los que son vÃctimas de la recesión? Esta abstención hubiera sido igualmente un acto polÃtico, menos visible quizá, pero grave para la conciencia. Todos los actos engagés son ambiguos. La palabra es ciertamente un acto polÃtico; pero ¿no lo es también el silencio? Aunque proceda de la prudencia o del miedo, el silencio es también un acto polÃtico».
Estas palabras nos introducen ya en el tema que queremos tratar.
¿La Iglesia interviene en la polÃtica? ¿Debe hacerlo? ¿Puede no hacerlo? Intentaremos realizar el análisis de estas cuestiones con toda la generalidad y amplitud que requieren. No limitaremos nuestro horizonte a unos paÃses o grupos de paÃses determinados. Lo extenderemos, por el contrario, a todo el mundo. Nos interesaremos tanto en lo que ocurre al Este como en lo que pasa al Oeste.
No nos encerraremos tampoco en un planteamiento teórico. Un abundantemente material de hechos está, en efecto, a nuestra disposición, no sólo en la historia contemporánea, desde el concordato de Napoleón hasta el Vaticano segundo, sino también en el momento actual en muchas partes del mundo, desde Brasil hasta Checoslovaquia, pasando por Rhodesia, China, Zaire o Corea del Sur, para llegar también a Portugal, Italia o Francia, donde la «neutralidad polÃtica» de la Iglesia es asimismo un tema de creciente interés.
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